Los depredadores sexuales son noticia. Más bien, la lacra sistémica de su acoso. Ningún lugar está libre del abuso. Y no podemos sorprendernos. Las mujeres lo sabemos y los hombres que quieren saberlo, también. Que ahora pongamos rostros famosos a los depredadores, que veamos páginas enteras de diarios dedicados a los abusos continuados en Hollywood, en Westminster o en el mundo de la escena sueco, es la constatación de que el binomio poder y machismo produce monstruos. Como en los casos de pederastia, es de suponer que el efecto contagio de la denuncia conseguirá aflorar más y más casos de la ignominia.
Y ahora, ¿qué hacemos? Por supuesto, que actúe la ley. Si hay delito, que los condenados cumplan sus penas. ¿Y qué más? Ridley Scott ha borrado a Kevin Spacey de su nueva película. Es evidente que en esa decisión ha pesado algo más que la ética, business is business. Pero desvanecer los rostros del problema no va a hacer que este desaparezca. Se trata de dinamitar esa concepción del poder que se cree en posesión de los cuerpos que considera más débiles. Sean de mujeres o niñas, pero también de hombres o niños. Todos los ámbitos son buenos para luchar contra ese yugo. Y, dadas las proporciones del escándalo en el mundo de la cultura y el entretenimiento, quizá que este empiece a saldar su complicidad. Menos rostros borrados y más películas que no cronifiquen el machismo que humilla y somete a la mitad de la población.