'Procés', corrupción y refugiados
Ya nadie hablará de eso
Nos comprometimos a acoger 17.000 refugiados en dos años, y apenas han llegado 2.000. Cerrado el plazo ya nadie volverá a hablar de ellos
Protesta de niños refugiados en Atenas, el pasado martes.
En los márgenes del proceso, de la DUI, del despliegue del artículo 155 y de la preocupación compartida en esta nueva etapa de posturas encontradas, hay otra vida. Fuera de foco, tal vez silenciada, como pasando de puntillas, pero hay otras cosas que el bullicio deja aparcadas como si al lado del 'tema' no hubiera espacio para nada más.
Ese ruido abrumador hace desaparecer milagrosamente a los Bárcenas, los Pujol, los Rato. La corrupción ha dejado de ocuparnos, a pesar de que el partido que gobierna España ha recibido la semana pasada el mayor varapalo hasta ahora conocido de una fiscal por hacer de los sobornos un modo de vida. Solo la angustia del 'procés' hace que un escándalo así se escape al debate político. Esperemos que al menos a la justicia, con todas sus imperfecciones, no le acabe afectando el silencio para dejar impune estos delitos. Otros, en cambio, como las vidas humanas que huyendo de la violencia nos habíamos comprometido a dar asilo en España, no van a tener esa suerte.
La cosa es así. Nos comprometimos a acoger 17.000 refugiados entre los que llegaron a las costas de Grecia e Italia. Una cifra irrisoria, que en un país de más de 40 millones de habitantes y con un red de organizaciones sociales sólida apenas tendría impacto entre la población. Nos dimos un plazo de dos años para recibirlos, pero acabado apenas han llegado 2.000. Con el plazo cerrado, la semana pasada el Congreso reprobó a los ministros de Interior, Juan Ignacio Zoido, y de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, por no cumplir el compromiso.
Agentes del virus de insensibilidad que recorre toda Europa han transformado los planes de acogida en vallas para que no entren. A diferencia de la corrupción que seguirá en los juzgados, en este caso el ruido ha venido muy bien para tapar una vergüenza que deja vidas en el camino. El bullicio alivia a los ministros en su reprobación. Para los refugiados, en cambio, no hay alivio. Cerrado el plazo ya nadie volverá a hablar de ellos.
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