Pequeño observatorio

El gris es el señor del otoño

La estación del año en la que estamos ahora es la más libre y menos previsible

Libro.Otoño

No sé si somos muchos los ciudadanos que nos hemos dado cuenta de la llegada del otoño, que ya lleva días con nosotros. Las otras tres estaciones del año tienen un carácter más marcado. Más tópico, tal vez podríamos decir. La frialdad del invierno, el calor del verano, la vitalidad creciente de la primavera. A mí me gusta el otoño, porque me parece que es la fase del año con más matices. Naturalmente, todas las estaciones son imperfectas, como todo lo que tiene vida. Un verano puede ser lluvioso, un invierno puede ser amablemente tibio.

A mí me gusta el otoño. Por muchos motivos. Sobre todo, tal vez, porque es la estación más libre y menos previsible. Si pienso un poco, me doy cuenta de que siempre me ha atraído aquella incertidumbre de no saber qué pasará. Aquella afirmación que dice que todo está escrito me parece una gran mentira. No me gusta el fatalismo.

Lo que me ha seducido, hace pocos días, es darme cuenta de que la palabra tardor está relacionada con la palabra tard. En castellano es otoño, que viene del latín autumnus, pero también existe atardecer.

Es lógico que los poetas hayan glosado el otoño, que es un tiempo frágil entre dos poderosos, el verano y el invierno. «Los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón con una lánguida monotonía...» (Verlaine). Más prosaicamente, podríamos relacionar el otoño con llegar tarde, pero es más justo y más bonito tener presente que el otoño es un buen momento para recoger todo tipo de fruta. El otoño es productivo. Y si me permiten un pequeño juego de palabras, diré que la tardor no quiere solo que tardemos.

Ha pasado el verano y el otoño tiene un amistoso gesto con nosotros: prepararnos para el invierno. El otoño es un motor que se pone en marcha para hacernos este favor: entrenarnos para poder enfrentarnos al invierno a su debido tiempo.

Y me atrevo a decir que, sin otoño, no podríamos admirar las pinturas de los grandes paisajistas. Al lado de los azules y los rojos, qué delicadeza, los grises.