El excelente reportaje de Kiko Amat sobre el Che Guevara nos enseñaba el domingo en qué se ha convertido aquella famosa foto de Korda, la del guerrillero con los cabellos al viento, la gorra reglamentaria y la mirada revolucionaria perdida en el infinito.
50 años después de su asesinato en BoliviaBolivia, el Che se ha convertido en más (o menos) que un iconoicono, porque un icono tiene una correspondencia explícita con lo que representa, aunque sea de forma diluida. Su rostro, tatuado en el brazo de Maradona o visible en la camiseta de un rapero americano, ya no es símbolo porque, en todo este tiempo, se ha alejado de la realidad que lo engendró como tal.
Opinión exprés
Obama y el Che
Escritora
De icono a ornamento
La distancia entre el Che de verdad Che y la mirada desafiante que se ha convertido en un 'pattern', es decir, en un ornamento, en una secuencia decorativa, es una de las transformaciones más curiosas (y colosales) que ha experimentado nunca una imagen. Y aún nos dejamos las corbatas, los biquinis y los pareos de playa, y miles de pins y de insignias y de los 'bibelots' que no conocemos.
Sabemos que el paso del tiempo convierte las revoluciones en objetos destinados a un escaparate, que las revueltas apasionadas acaban siendo un pálido reflejo sin sentido que se guarda en el armario de las cosas inútiles. La historia tiene eso. La tragedia de un día acaba siendo, otro día, el camafeo que alguien lucirá sin conocer los sufrimientos, las angustias, los anhelos que desembocaron en una joya sin conciencia.