ANÁLISIS

El extraño país de Daniel

Mientras la propaganda del 'procés' lleva años anunciando un 'pais nou', para algunos, Catalunya se ha ido convirtiendo en un país extraño

Joan Coscubiela expresa sus quejas al ’president’ Carles Puigdemont en el hemiciclo del Parlament. el pasado 6 de septiembre. / ACN / Pere Francesch

 “No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella”, afirmó un inspirado Joan Coscubiela. Y todos los que se saben minoría en el Parlament se levantaron y aplaudieron sus palabras al grito de “¡Democracia!”. Se alzaron adversarios políticos. Se alzaron unionistas, federalistas y soberanistas. Se alzaron hombres y mujeres con visiones antagónicas del mundo. Y, con ellos, se alzaron muchos más. Millones de ciudadanos de Catalunya que, sin serlo, se sienten minoría. También aquellos independentistas que se niegan a celebrar trampantojos adulterados.

Mientras la propaganda del ‘procés’ lleva años anunciando un ‘pais nou’, para algunos, Catalunya se ha ido convirtiendo en un país extraño. Cuanto más tratan de apropiárselo unos, más ajeno lo sienten otros. Ajenas sus calles, ajenos sus anhelos, incluso sus sombras. Y, poco a poco, Catalunya se ha ido poblando de ciudadanos con alma de forastero. 

Un día, algunos ayuntamientos izaron la bandera que no es de todos en los espacios públicos, pero solo parecía un paisaje con una pincelada de azul. Otro día, las bromas solo ridiculizaban a unos, pero, ¿quién se enfada por un chiste? Al fin, los medios públicos se instalaron definitivamente en la mirada única. Empezaron a repartirse carnets (y dividendos) al buen catalán. Y ahora ha llegado la pública (y falsa) acusación de fachas.

Bufones sin escrúpulos

Tanto da tu trayectoria vital, tu compromiso con la sociedad, tu lucha por la igualdad y la justicia. Si no estás con esa mitad que tan mayoritaria se siente, eres un facha. ¿Verdad, Daniel? No, no es agradable asomarse a Twitter y encontrar el nombre de tu padre arrastrado por el lodo. Menos aún por bufones sin escrúpulos.

Mezquindad en la sombra y grandiosidad bajo los focos. Nos hemos emborrachado de todas las grandes palabras. Democracia en cada eslogan, reiterada en cada discurso, emborronando todos los carteles. Democracia y democracia y democracia. ¡Sobredosis de democracia! Para después, desnudarla de la legalidad que la sustenta y convertirla en el juguete particular de unos cuantos. Democracia con derecho de exclusión. (Y no, señor Rajoy, no se afane usted tampoco en apropiársela. Que ni tiene la honradez, ni el valor, ni la talla política para reclamar el título de propiedad).

Y ahora, inoculados con el virus del sectarismo, con más creencias que verdades y más orgullo que humildad, nos asomamos peligrosamente al túnel más viejo del mundo. Ese tan oscuro en el que nuestras miradas se cruzan y ya no sabemos leernos. Hoy, la alegría de unos contrasta con la triste estupefacción de otros. Que nadie crea que la victoria está de su lado. Habernos convertido en ‘unos’ y en ‘otros’ es la derrota de todos.

Catalunya se nos ha vuelto extraña. Tanto, que algunos se preguntan si no es un lugar demasiado extraño para que crezca su Daniel o su Carla o su Àlex… Este lunes, la Diada. Y algunos se quedarán con su ‘senyera’ en casa. Forasteros de sus calles.