Una zona clave de la geopolítica

Juego de tronos en Oriente Próximo

La transición en marcha hacia un nuevo orden regional no se presenta nada fácil

Donald Trump y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, en la Casa Blanca, el 14 de marzo del 2017. / AFP / NICHOLAS KAMM

Como si de una intensa partida de Risk se tratara, Arabia Saudí está desplegando todas sus piezas para recuperar y afianzar su papel de principal potencia en Oriente Próximo y líder indiscutible del mundo musulmán.

Durante años, el régimen de Riad -uno de los más oscuros y autoritarios del planeta- vivió bajo el respaldo incondicional de Estados Unidos, en una férrea alianza enlazada en petróleo y armas, cuyo objetivo prioritario era aniquilar al enemigo público número uno de ambos: Irán.  Con Obama en la Casa Blanca, sin embargo, el interés en la región pareció desinflarse. El aumento de la independencia energética americana , el avance de las negociaciones sobre el programa nuclear iraní -que culminó en acuerdo-, la frustración ante la incapacidad de avanzar en la cuestión palestina y el giro hacia Asia, entre otros factores, explican ese cambio de actitud.

Bloqueo a Qatar

Pero cuando parecía que el régimen wahabí perdía fuelle global, la visita de Donald Trump -la primera al exterior de su mandato- y el anuncio de sustanciosos nuevos contratos armamentísticos volvió a darle la vuelta a la situación.

Así pues, envalentonada, Arabia Saudí, junto con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto, lanzó el siguiente episodio en la carrera por el liderazgo de Oriente Medio: el bloqueo a Qatar. En él se mezclan elementos ideológicos, como el apoyo, o no, al llamado Islam político, con los Hermanos Musulmanes como su principal exponente, así como con una mirada más o menos abierta y tolerante al mundo; religiosos, con el factor de la división suní-chií; y hasta de familia, con dinastías en los diferentes países del Golfo que mantienen a menudo vínculos muy cercanos. Y todo ello, con la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico y de Al Qaeda como escenario de fondo.

El papel de Turquía

Pero Qatar no es más que la 'excusa' en un tablero cada vez más complejo. A la tradicional rivalidad entre las dos grandes potencias regionales, Arabia Saudí e Irán, se suma ahora el papel que quiere desempeñar una Turquía que, 'rechazada' por Occidente, mira cada vez más a Oriente. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que un día quiso erigirse como líder y modelo para el mundo político musulmán, ha visitado varias capitales del Golfo  para tratar de mediar con Doha y de paso asegurarse un mayor protagonismo en el futuro. Rusia, también, por cierto, se ha ofrecido a actuar de mediador mientras Estados Unidos, negocios aparte, prefiere permanecer al margen.

Independientemente de cómo se resuelva la crisis de Qatar -a nadie le interesa que se agrave-, en Oriente Próximo se está fraguando un nuevo orden regional que será diseñado por los propios países de la región. De momento, todos ellos están implicados, de uno u otro modo, en los numerosos conflictos abiertos, ya sea en Siria, en Irak, o en Yemen, ya sea financiando facciones, apoyando milicias o participando en coaliciones militares. Han externalizado, en una guerra 'por delegación', la batalla entre ellos. La transición hacia ese nuevo orden no se presenta nada fácil.