Una de las últimas hazañas de Kilian Jornet es haber corrido (saltado, brincado, escarpado) 140 kilómetros con la espalda dislocadala espalda dislocada. Y ganó la carrera, por supuesto. Por mucho menos, vaya, por muchísimo menos, yo me quedo en casa y llamo a la oficina para decir que esa mañana no voy a poder ir, que no sé qué de un lumbago o una contractura. Yo y unos cuantos miles de personas normales, que sienten el cuerpo como una especie de prisión, con barrotes oxidados y puertas que chirrían. Kilian, no. Pero es evidente que este chico no es normal. Cada una de sus células está pensada para aventuras inauditas, para desafíos colosales. Y lo peor, para los normales, es que luego las explica como quien baja un momento al súper a por un paquete de bolsas de la basura.
Opinión exprés
Manda la imaginación
Escritora
Lo del Everest colmó el vaso. Dos veces en seis días. No tuvo bastante con subir y bajar a la velocidad del relámpago sino que descansó un poco y decidió volver a intentarlo para subir y bajar todavía más deprisa, como quien se olvida de las llaves del garaje y decide volver a casa, coger el ascensor, y lamentarse de la mala memoria.
Jornet ha dicho que tiene miedo y que es precisamente ese miedo (y la precaución que viene asociada a él) lo que le empuja a superar los límites, a mantenerse con vida. En concreto ha dicho: «Soy un cagado». Mira, Kilian, ya somos dos.