En su Arrecife natal, Irma Ferrer se crió en una cultura de respeto al medio ambiente que la marcó para siempre. «El territorio es un bien común y merece una explotación social», dice hoy en día. Estudió Derecho en Tenerife y empezó colaborando con organizaciones ecologistas de Lanzarote, pero pronto -vericuetos de la vida de por medio- acabó metida de lleno en la lucha contra la corrupción urbanística. Abogada de Transparencia Urbanística y de Acción Cívica, ha ejercido la acusación popular en algunos de los casos más graves destapados en los últimos años en Lanzarote, y fue una de las invitadas estrella del curso de verano 'Alertadors de la corrupció' que la Oficina Antifrau de Catalunya y la Universidad Menéndez Pelayo llevaron a cabo en Barcelona hace unos días.
-¿Cómo empezó exactamente? ¿Se vio arrastrada por la realidad?
-Algo así. Yo trabajaba con el tejido asociativo de la isla, básicamente en temas de ecología. Pero entonces, a través de mi marido y de amigos que trabajaban allí, supe que 'Cuadernos del Sureste' estaba buscando abogados porque la justicia les había secuestrado un número…
-¿Secuestrado un número? ¿Por qué?
-Por un pequeño dosier que habían publicado sobre corrupción. Yo me ofrecí voluntaria sin dudarlo; a partir de entonces enterré la pancarta, me puse la toga y empecé a trabajar en casos de urbanismo criminal, que es el que se ha practicado en Lanzarote.
-¿Urbanismo criminal?
-El que genera pobreza, hambre y muerte. En Lanzarote no hay tanatorio, no hay piscinas públicas, no hay tratamiento contra el cáncer, ¿por qué?, porque todo el dinero se ha ido a los bolsillos de particulares.
-Hábleme de un caso paradigmático, para entender.
-Para mí, el 'caso Yate' es el paradigma. Estamos hablando de 44 hoteles ilegales en la isla. ¡Cuarenta y cuatro! Hoteles de 900, de 1.000 plazas. Se dictó sentencia en marzo, es decir que ahora mismo hay 44 hoteles que funcionan sin licencia en Lanzarote.
-'Caso Yate', 'caso Unión', 'caso Montecarlo', 'caso Costa Roja', 'caso Jable'... Muchos casos y poca prensa, me da la impresión.
-En la isla sí, en la península no. No somos la isla: somos la isla de la isla, y lo que ocurre allá interesa poco, por desgracia. Son escándalos como para ir en portada de los medios nacionales, pero hay que tener en cuenta que muchos de esos hoteles y cadenas hacen publicidad en esos medios.
-A veces una isla es como un pueblo: todos se conocen. Hacer lo que usted hace…
-Sí: voy a comprar el pan y en la cola hay un imputado, voy al restaurante y hay tres imputados comiendo al lado. Por supuesto, ningún empresario de la isla cuando necesita los servicios de un abogado viene a mi despacho. Ha cambiado mucho, la isla.
-¿A qué se refiere?
-A que era una isla pobre de gente sin educación donde el dinero un día empezó a entrar a mansalva. Nos vino sin tener formación para manejarlo. Pasamos del camello al Mercedes de un día para otro, y no exagero.
-En otra entrevista decía que la gente en la isla calla.
-La gente ha callado en parte por miedo y en parte, hay que decirlo, porque querían una parte del pastel. No todos, evidentemente. Es una isla donde conviven el servilismo y el caciquismo. La gente vive a la vez obnubilada y atemorizada ante el poder.
-¿Y usted? ¿Cómo vive esta lucha?
-Mire, a mí la injusticia me produce asco, yo de los juicios salgo vomitando…
-¿Literalmente?
-Literalmente. Me dan asco físico. Y me niego a darles la mano a los abogados que defienden a la mafia. No los considero compañeros.