Pequeño observatorio

La cara y la cruz de los incendios

El fuego se ha atrevido incluso a acercarse al mar, desafiando el poder del agua

Un hidroavión suelta agua sobre bosques cercanos a Pedrogao Grande. / AP / PAULO DUARTE

Ha sido –y quizá será– un verano de grandes fuegos. Quizá es temerario escribir en pasado. Hay tiempo, aunque, para que haya más incendios, y no solo en los campos, también en áreas urbanas. El fuego ha demostrado, una vez más, que no hace caso de las fronteras. Incluso se ha atrevido a acercarse al mar, desafiando el poder del agua.

Es curioso que el fuego haya sido uno de los grandes inventos de los humanos primitivos para salvarse del frío, y para descubrir que los troncos de los árboles podían ser quemados, para convertir en 'comestibles' –ahora quizá lo llamaríamos «asar»– algunos elementos de la naturaleza.

No soy experto en las edades primitivas de la humanidad, pero busco en la Enciclopèdia Catalana la palabra hogar. Encuentro esta frase: «Lugar de una casa donde se hace fuego para calentarse, para cocinar». Me imagino los humos que debían respirar nuestros lejanos antepasados cuando hacían fuego en una cueva.

Hagamos una esquemática evolución: el fuego y su humo, para cocinar y para calentarse... Saltamos a la pintoresca chimenea del tiempo de los bisabuelos, las estufas de todo tipo, la calefacción central, el aire acondicionado...

Pero el fuego no ha dejado de ser, como el agua, una de las dos fuerzas del planeta Tierra. No conozco, lo confieso, la historia de las fiestas de Sant Joan. Cuando  era pequeño, salía al balcón de casa para ver cómo en el chaflán había hombres y mujeres que, con unos palos en la mano, removían hogueras para que las llamas no perdieran la fuerza.

Dos palabras muy bonitas en catalán: 'fogata' y 'fogaina'. Parece que con estas palabras más bien  tiernas se intente eludir la dureza del monosílabo foc. Mi manía etimológica me hace descubrir que fuego es una palabra que me lleva a otras muy sugestivas. «Es un chico muy fogoso», por ejemplo. El único pecado del fuego es caer en una tentación: «¡Apunten, disparen... Fuego!».

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