"Me preguntan muy en serio por qué voy llorando por los rincones por tenerme que desprender de casi 5.000 de mis 15.000 libros". Así empieza el relato de una pérdida, que son muchas, que el escritor Ricardo Ruiz Garzón ha compartido en las redes. El resumen aseptico de la cuestión seria que un aumento salvaje de las condiciones de alquiler le ha llevado a abandonar su piso y, por el camino, desprenderse de buena parte de su equipaje de vida, incapaz de encajarlo en los metros que podía pagar. Pero la realidad de la emoción es bastante más dolorosa. Su verdad, la verdad, es que le han echado de casa y le han robado lo que había ido acumulando, construyendo, durante años, lo que le define como escritor y como persona. Su condición de autónomo (¿o deberíamos llamarlo emprendedor?, ¿recuerdan cuando los políticos nos animaban a hacernos emprendedores movidos por su incapacidad de generar empleo y su ansiedad por bajar las estadísticas del paro?) imposibilita que ningún banco le conceda una hipoteca para la compra de un piso. Condenado al mercado de alquiler. Condenando al capricho de la usura.
El caso de Ruiz Garzón no es una excepción. Sus hábitos de lectura, sí, lamentablemente. Las soluciones no son fáciles ni dependen de una única institución ni son exclusivas de Barcelona. Quizá existe la voluntad de poner freno a la voracidad del mercado. Pero, mientras, cada día, hay cientos de inventarios de pérdidas llorados en Barcelona.