Todas las cervezas de un Erasmus

Elena Martín, en un fotograma de la película ’Julia Ist’. 

Ya seas un noble francés del siglo XVIII o un universitario del XXI, una forma de saber que no vivimos en "el mejor de los mundos posibles" es viajar por Europa. 'Julia Ist', el debut de Elena Martín proyectado en el festival D'A, plantea a una catalana que llega a Berlín con una beca Erasmus. Que su carácter no está definido y, por tanto, su destino no forjado, queda claro al principio: duda durante unos minutos ante la nevera de un colmado. Decenas de botellas de cerveza se ofrecen con brillos ámbar y etiquetas incomprensibles. Si ella no se decide no es tanto por no saber cuál quiere sino porque no puede descifrar qué ofrece cada una. La adolescencia es no saber de birras belgas y sentirte insignificante ante tanta oferta para, finalmente, elegir esa negra sin alcohol que sabe a rayos.

Sobre las  becas europeas (y Europa) al hilo de la película 'Julia Ist', proyectada en el festival D'A

'Julia Ist', posible secuela delicadísima de otra película mágica, 'Les amigues de l'Àgata', va de eso. También de hablar mal el idioma del país de acogida (sea Alemania o el mundo adulto), porque esa torpeza para expresar lo que sientes conduce a sonreír cuando no entiendes y a llorar con menos prejuicios y más intensidad. Cuando le preguntaron al productor musical Phil Spector por qué en sus canciones superponía cientos de violines y tambores contestó: "¿Acaso no has sido nunca adolescente? ¿No sentías así?".

Europa acababa de adoptar el euro como moneda única cuando yo viví mi Erasmus. Para disponer de alguna, trabajaba en una tienda de una multinacional de ropa situada en un centro comercial del extrarradio lisboeta. Los días impares debía vestir camisa de cuadros color salmón; los pares, de cuadros azules. A menudo llegaba con resaca y siempre con la camisa errónea. Un día me di cuenta a tiempo y compré una fiel al código de color en la cadena de ropa rival, más barata. La bronca fue un cruce entre Oliveira y Tarantino.

El Erasmus, como Europa, tiene mala fama. Los que lo vivieron saben que apenas estudiaron, pero quizá aprendieron que hablar fatal un idioma es la forma de entender qué necesitas decir de verdad y que querrán imponerte el color de tu camisa. También a elegir qué cerveza te gusta. Aunque, cuando regreses, esa cerveza no se comercialice aquí. O sepa algo amarga.