Al contrataque

La señora de la calle de Anglí

Tal vez el mundo se divida entre los que alguna vez le han dado todo lo que llevaban en el bolsillo a alguien y los que no

Una imagen de la calle de Ganduxer, con el colegio de las Teresianas de Gaudí. / RICARD CUGAT

Érase una vez una joven barcelonesa que se quedó embarazada. En esa época, su novio, que era profesor de historia, trabajaba lejos de la ciudad y regresaba los viernes por la tarde para pasar el fin de semana junto a su amada. La chica decidió esperar a que su prometido llegase a casa para darle la gran noticia. Era un bebé deseado. Ella sabía desde los 6 años que sería madre, a él le gustaban mucho los niños y estaban enamorados. Pero al oír su voz a través del teléfono, la chica no pudo contener la impaciencia y le reveló que iban a ser padres. El joven y apuesto profesor subió a toda prisa a su destartalado Seat Panda rojo y salió disparado hacia la ciudad, loco de alegría. 

En el último semáforo antes de llegar a su casa, se le acercó la mendiga del barrio, que siempre estaba en esa esquina, a pedirle dinero. En realidad no tenía ningún aspecto de mendiga, parecía más bien una señora de su casa, o tal vez una bruja o un hada disfrazada de bruja, pensaba la novia del profesor con un estremecimiento cuando la veía por el barrio. Era una mujer mayor, ceñuda y hacendosa, que hablaba sola, iba vestida y peinada con esmero y siempre llevaba en la mano una bolsita de plástico en la que depositaba las monedas que le daban los conductores y los peatones. 

En ese momento, el profesor se dio cuenta de que no llevaba ninguna moneda, revisó sus bolsillos, la guantera del coche, los huecos de los asientos y no encontró nada, así que abrió su cartera, sacó el único billete que llevaba, un billete de 50 euros, y se lo tendió a la mujer, que lo cogió con la misma expresión resignada y levemente aburrida con la que iba metiendo las monedas en su bolsita, asintió, musitó algo incomprensible y se fue hacia la acera para no ser arrollada por los coches.

EL DINERO MEJOR EMPLEADO DEL MUNDO

El profesor se lo contó a su novia riendo, a pesar de que en aquel momento no les sobraba el dinero, y los dos estuvieron de acuerdo en que era el dinero mejor empleado del mundo.

La pareja vivió muchos años en aquella calle bordeada de plátanos centenarios y la joven vio muchas veces durante su embarazo, y después una vez nacido su hijo, a la vieja mendiga, primero en la calle de Anglí con Bonanova, más adelante en Ganduxer con Via Augusta. Le siguió dando un poco de miedo, pero siempre la miraba y en secreto, un poco estúpida e irracionalmente, le agradecía la buena salud de aquel bebé gordito de rizos dorados, como si aquel precipitado gesto de generosidad y de alegría del apuesto profesor hubiese marcado el inicio de una época marcada precisamente por eso, por la generosidad y la alegría.

Tal vez el mundo se divida entre los que alguna vez le han dado todo lo que llevaban en el bolsillo a alguien y los que no.