Tras meses de preparativos el nuevo partido, cuyo nombre aún no está decidido, ha visto la luz. La asamblea fundacional ha elegido a una dirección capitaneada por Ada Colau y Xavier Domènech, los líderes que condujeron al éxito al indefinido proyecto que ganó, primero las elecciones municipales en Barcelona haciéndose con la alcaldía y más tarde las generales convirtiéndose en primera fuerza política en Catalunya.
Y han consensuado un proyecto político que se declara republicano, partidario de la economía colaborativa, de la reforma fiscal y de reducir las desigualdades y proclive a la celebración de un referéndum en Catalunya, aunque no de romper con España sino de mantenerse en ella en un marco de respeto a la plurinacionalidad.
Sin embargo, no ha resuelto las cuestiones más problemáticas para su futuro: la relación con Podemos y su posición en un referéndum de autodeterminación que podría no ser acordado. La negativa de Podem a integrarse en el nuevo sujeto político mantiene la fragmentación del espacio y reduce sus expectativas electorales, especialmente en las generales, algo de lo que es muy consciente la cúpula estatal de Podemos, que aboga por la entente.
Y la indefinición respecto a la posición en el referéndum mantiene la unidad del único partido en el que aún conviven federalistas, confederales e independentistas. De ahí la vaguedad de su fórmula “soberanías compartidas”. ¿Podrán resolverlo todo ello sin romperse?