Dos miradas

Teatro del malo

El 'procés' lleva años dedicado a la política ficción. El argumento, esclavo de sí mismo, cada vez tiene que ser más espectacular para conseguir su efecto

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en el Innovation Center CIC del Massachessets Institute of Technology.

Primera escena: se va Carles Puigdemont a Harvard y, de refilón, equipara la democracia española a la turca. Se supone que es un mensaje en clave interna para que los catalanes no olvidemos la calaña del adversario. En la prestigiosa universidad aún deben de estar riéndose. Total, el régimen de Erdogan ha llenado las cárceles de periodistas, políticos y activistas, laminado los derechos de las mujeres y redoblado los ataques contra la población kurda. Un informe de las Naciones Unidas detalla casos de «asesinatos, torturas y desapariciones» desde julio del 2015. Nada, pequeñas diferencias sin importancia.

Segunda escena: un rifirrafe en los pasillos del Parlament. Anna Gabriel le espeta a Joan Coscubiela que no vuelva a dirigirle la palabra porque es «un facha». ¿Facha? El motivo de la acusación es que Sí que es Pot se unió al resto de los grupos parlamentarios (excepto la CUP, claro) en la condena del intento de ocupación de la sede del PPC por Arran, organización afín a la CUP. Claro, es obvio que lo superdemocrático, lo que no es de fascistas, es ocupar sedes de partidos democráticos. ¡Viva la imposición del pensamiento!

El procés lleva años dedicado a la política ficción. El argumento, esclavo de sí mismo, cada vez tiene que ser más espectacular para conseguir su efecto. El problema es cuando la trama acumula un exceso de ridículo, mentiras y amenazas. Por favor, cambien al guionista, porque este empieza a dar miedo.