Dos miradas

La antigua lección

Pocas veces una justificación del jurado ha sido tan acertada a la hora de otorgar un premio como la del Pritzker concedido a Aranda, Pigem y Vilalta

Ramon Vilalta, Rafael Aranda y Carme Pigem, en Parc de Pedra Tosca de Olot en el 2005.  / JOAN CASTRO

Pocas veces una justificación del jurado ha sido tan acertada a la hora de otorgar un premio. El del Pritzker ha dicho que las obras de Aranda, Pigem y Vilalta (RCR Arquitectes) «tienen un fuerte sentido del lugar y están intensamente conectadas con el paisaje que las rodea». La conexión proviene de la comprensión y de la observación, es decir, de la reflexión y la experiencia, de la racionalidad y la epidermis. Los tres arquitectos de Olot saben que las formas, la naturaleza, el mundo de las cosas, tienen un alfabeto. Se trata de saber descifrarlo, de acercarse a él con la idea de «aprender la vida», como dice Rafael Aranda. Y de conseguir «una respuesta bella», el estallido de una construcción que deslumbra no por la magnificencia sino por la discreción, por la adecuación a la sintaxis que ya estaba escrita en esa lengua que los tres conocen. Y hablan.

Restamos conmovidos ante el espacio que se crea con la intervención del hombre y al mismo tiempo nos embelesamos ante la necesidad de ese espacio. Lo que crean Aranda, Pigem y Vilalta –desde Olot a Dubái, desde un estadio de atletismo a una facultad de derecho, desde un restaurante a un crematorio– se contempla como necesario. Es decir: todo es diferente después de su arquitectura y no podría ser de otra manera (la naturaleza) si no existiera así, rediseñada por ellos. Es la esencia del clasicismo. Leer la tradición y hacer que parezca que sin el nuevo trazo no podría haber una antigua lección.