Dos miradas

Conjuros

Inauguramos un estante nuevo donde, dentro de un año, volveremos a guardar lo de siempre. Alguien habrá hecho conjuros y quizás habrá escrito un deseo en un papel que se habrá quemado

 Flores en la puerta de la casa de George Michael, en Goring. / REUTERS / EDDIE KEOGH

Tras la muerte de George Michael, Madonna escribió un tuit en el que reclamaba «que este maldito 2016 se marche de una vez». Sus oraciones han sido atendidas y parece que se confirma que así ha sido. Es cierto, y por eso lo decía la cantante, que se han concentrado, en el campo de la música, unas desapariciones notables.

El espacio sideral de David Bowie y su elegancia final, aquel abandonar el escenario por la puerta que lleva a otra dimensión. O la fragilidad de Leonard Cohen, el testamento en que nos legó las reflexiones de uno que también se iba. O la lluvia de color púrpura con que nos empapó Prince, y también el pop del mismo Michael, el universo sonoro de nuestra adolescencia.

Pero Madonna debe saber que su arrebato contra el 2016 es tan convencional como lo son los hitos con los que tratamos de controlar el tiempo. El cambio de un número sirve para encajar las emociones, las vivencias, las sacudidas y los desfallecimientos, las pequeñas satisfacciones, los minúsculos instantes de felicidad. Hoy inauguramos un estante nuevo donde, dentro de un año, volveremos a guardar lo de siempre. Alguien habrá hecho conjuros y quizás habrá escrito un deseo en un papel que se habrá quemado. Necesitamos pensar en la bondad de estos hechizos para hacer frente a la presencia del desvanecimiento. «Caminamos sin fin», decía David Le Breton, «para no llegar a ninguna parte, apenas para olvidar el paso del tiempo y el lento avance hacia la muerte».