El terremoto político provocado en Francia por la retirada de François Hollande no se debe solo a que es la primera vez en la Quinta República que un presidente en ejercicio renuncia a intentar la reelección. En una semana, dos presidentes, Hollande y Nicolas Sarkozy, desaparecen de la escena y un exprimer ministro destinado a prolongar el chiraquismo, Alain Juppé, tiene que conformarse con acabar sus días políticos como alcalde de Burdeos. Es toda una época, el posmitterrandismo y el poschiraquismo, que caduca, porque el candidato de la derecha, François Fillon, procedente del gaullismo social, abdicó de sus orígenes y se convirtió al liberalismo cuando se enfrentó, durante sus cinco años como primer ministro, a las resistencias y a las rigidices que impiden cambiar un país bloqueado.
Con su renuncia, Hollande ha vuelto a sorprender, igual que lo hizo al ganar la primaria socialista en el 2012 y al expulsar a Sarkozy de la presidencia. Cuando la mayoría pensaba que volvería a presentarse, para defender un balance discreto, pero no tan catastrófico como reflejan los sondeos, se ha impuesto su lucidez para hacerle entender que su figura era un obstáculo para unir a la izquierda. Pero es dudoso que su retirada impida la “dispersión” o el “estallido” de la izquierda, peligros que, como dijo en su discurso, quiere evitar. A la espera de que el primer ministro. Manuel Valls, anuncie su candidatura, se cuentan ya siete u ocho aspirantes en el Partido Socialista (PS) y una quincena en toda la izquierda.
Si Hollande dividía, Valls provoca urticaria en el ala izquierda del PS, cuyos representantes se lanzaron ya ayer a descalificarlo. A Valls le reprocharán que en numerosas cuestiones -laicidad, inmigración, economía, reforma laboral, lucha antiterrorista…- es más duro que Hollande y que ha traicionado a su mentor y ha contribuido a su renuncia. Así, lo más probable es que el candidato del PS se dirima en la primaria de enero en un duelo entre Valls y el exministro de Economía Arnaud Montebourg, que encarnan, respectivamente, las líneas liberal y proteccionista del socialismo francés.
CON EL 2022 EN MENTE
Pero aún quedarán los outsiders, como el otro exministro de Economía, Emmanuel Macron, el joven y brillante político de 38 años que, tras protagonizar el giro neoliberal de Hollande de enero del 2014, se presenta ahora como un hombre antisistema, superador de la división izquierda-derecha, él, que ha sido directivo de la Banca Rothschild en Francia. Fundador del movimiento En Marche!, cuyas siglas coinciden curiosamente con sus iniciales, Macron, que también ha traicionado a Hollande, puede sorprender a la manera de Donald Trump o hundirse en la indiferencia.
¿Servirá toda esta recomposición para evitar que la izquierda sea eliminada en la primera vuelta como en el 2002? Es difícil que Valls, pese a su determinación, pueda conseguir que la presidencia no la disputen Fillon y Marine Le Pen. Seguro que Valls va a intentarlo y, si no lo consigue, habrá hecho oposiciones para llegar al Elíseo en el 2022 -cuando Fillon haya fracasado-, que era su objetivo inicial en sus cálculos de meses atrás, trastocados por su ambición irrefrenable y su impaciencia.