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Donde ganan los buenos

Imagen de ’Juego de tronos’. Un clásico firmemente consolidado. /

Los políticos creen que controlar los medios es esencial para lograr el poder. Pero resulta que allá donde se hace la mejor tele del mundo ganan las elecciones Trump y los partidarios del Brexit, aunque Hollywood fuera partidario de Clinton, y Londres, sede de las principales compañías audiovisuales británicas, votara mayormente por seguir en la UE. El sector audiovisual, e incluso sus comentaristas, está en general alejado de las posturas más radicales y trasmite casi siempre una mayor cercanía hacia los planteamientos liberales y progresistas.

Críticos y especialistas  alaban determinadas series, pero la mayoría de las veces solo las consumen minorías pudientes

Pero luego la ciudadanía vota lo que quiere porque, aunque críticos y especialistas alaben determinadas series y programas, la mayor parte de las veces son solo consumidas por minorías pudientes en lo económico, que viven en las ciudades más pobladas. Y mientras cada día aparece una nueva innovación tecnológica capaz de interpretar el mundo de manera diferente (en un tiempo en que todo parece pasar por redes sociales, 'smartphones' y anchos de banda a velocidades insuperables), hay una parte de la sociedad que vive ajena a todo ello y que es feliz sin haber visto nunca ni un solo minuto de 'Juego de tronos', o de cualquier serie de Aaron Sorkin.

En América, el porcentaje de hogares con acceso a internet es del 60%, mientras que en Europa es del 82,1%, y en el mundo la media es del 46,4%. Y resulta que nos hemos enfocado en el análisis de los primeros, los consumidores de la era digital y global, y nos hemos olvidado de analizar lo que piensan, consumen y sienten aquellos que viven al otro lado de la frontera digital. Y visto lo visto, parece que son muchos más de lo que creíamos, casi la mitad.

Nos hemos olvidado  de analizar lo que piensan, consumen y sienten aquellos que viven al otro lado de la frontera digital

Podemos seguir en el error; es incluso posible que el fenómeno tenga fecha de caducidad debido a la Edad Media de esta parte de la sociedad, pero seguir negando la evidencia sería irreparable. Así que habrá que volver a actuar pensando en que hay una parte de todos nosotros que no ve 'House of cards' y que adora a Belén Esteban; que no tiene 'snapchat', que disfruta con los concursos televisivos y desconoce los videojuegos, que está enamorada del modo de vida de sus antepasados y del suyo propio y que tiene miedo a que los nuevos tiempos lo cambien.

Son personas que no navegan por internet ni por las nuevas ideas que pueblan el mundo. Tienen el mismo derecho a opinar que cualquiera, no son peores ni menos felices. Solo que a ellos no se llega desde la sofisticada y autocomplaciente plataforma de los medios digitales, sino con mensajes simples que recurran a su formación primaria o inexistente.

Se trata de alabar la decisión, frente a las dudas; de elogiar la energía frente al conocimiento; de apostar por comportamientos propios de machos-alfa y de alejarse de todo aquello que parezca débil por tolerante, sofisticado por exceso de análisis o elitista por inteligente.

A tenor de los resultados, quienes actúan así hoy en día triunfan, aunque delante solo tengan el pasado, mientras que aquellos que defienden un mundo menos simple y más plural, les llaman tristes y se hunden en la melancolía o en el visionado compulsivo de series en las que, allí sí, los buenos ganan siempre.