Dos miradas

Luna

Miramos el cielo y nos sobrecoge la magia que no es sino regularidad elíptica. De eso vivimos. De creer en los trucos

Un eclipse de superluna roja en Barcelona. / REUTERS / GUSTAU NACARINO

Como ha escrito Jorge Wagensberg, si algo sale mal «siempre nos quedará el 2034»La luna siempre es igual, satélite inmutable, pero se nos aparece de forma diferente y es por eso que nos fascina, que genera una atracción atávica, que marca el devenir de los meses y el ritmo de los periodos con que marcamos nuestras vidas. Provoca fenómenos físicos e inquietudes humanas, desde las mareas a los mareos, con una literatura que va de la fascinación al deseo de conquista, del misterio a la poesía.

Cuando mis hijos eran pequeños, les contaba un cuento en el que unos cuantos animales tratan de llegar a ella, uno encima del otro. Lo consiguen: el más pequeño araña un pedazo de luna y los otros lo prueban. Cada uno de ellos encuentra un gusto particular. Esto es lo que nos pasa. Que el trozo de luna nos los comemos cada uno a su aire. Cada uno según su paladar.

En esta luna enorme, naranja o blanca, a ras de suelo o elevada en el firmamento, vertemos un deseo o la constatación de un fracaso: la maravilla de sabernos acompañados o el desconsuelo de comprobar la soledad en que vivimos. Es lo que tienen las leyes cósmicas o los fenómenos estelares. Marcan hitos, dibujan en un camino de desierto, o en un viaje lleno de ruido, la fonda donde descansamos durante los instantes de contemplación. Miramos el cielo y nos sobrecoge la magia que no es sino regularidad elíptica. De eso vivimos. De creer en los trucos. De esperar que vuelva, el 2034.

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