Dos miradas

Hecho ceniza

La Iglesia no admite que los restos del difunto incinerado se reparta entre los familiares

Jardín donde esparcir las cenizas en el cementerio de Montjuïc. / ALBERT BERTRAN

Se acerca el Día de Difuntos y las empresas que se dedican al sector aprovechan para exponer las novedades: una urna degradable, un viaje de los restos a la estratosfera (con filmación incluida), un muerto que se convierte en diamante. Una multinacional especializada en funerales, la Iglesia católica, ha sido la primera de esta temporada. La instrucción 'Ad resurgendum cum Christo' estipula que las cenizas de los difuntos creyentes (excepto en casos excepcionales: ¿cuáles?) no se podrán guardar en la repisa de la librería del comedor.

Un teólogo, monseñor Rodríguez Luño, ha reconocido que tener las cenizas del abuelo en casa puede ser fruto de un deseo de proximidad, pero que luego vienen los nietos y lo estropean todo y creen que la urna es para jugar y a saber qué pasa. Por eso lo prohíben.

La Iglesia recuerda que "Dios tiene poder para reconstituir el cuerpo a partir del alma inmortal". Es decir: hecho ceniza, resucitar costará un poco más, pero lo haremos igual. Al mismo tiempo, sin embargo, no admite (ni en las excepciones) que las cenizas se puedan repartir entre los llorosos familiares. ¿Por qué? Si Dios es capaz de "devolver la vida incorruptible", tanto le debe importar que las cenizas estén, todas, en una urna como esparcidas por todo el planeta, una parte en el piso de la Bonanova, otra en el chalé de S'Agaró, y el resto, allí donde se hayan instalado los nietos, pobres, que han tenido que irse de casa para encontrar trabajo.