Si en una búsqueda de Google combinamos exit exity divorce divorceobtendremos unos seis millones de resultados. Es, seguramente, el símil más adecuado para definir lo que ha pasado. Hay, sin embargo, versiones para todos los gustos. El presidente de la Comisión Europea es partidario de hacer los papeles con rapidez y avisa de que el divorcio no será amistoso porque nunca ha sido una «idílica historia de amor». Como si una cosa fuera consecuencia de la otra. Si a lo largo de 40 años no nos hemos querido, lo más natural es que la separación llegue por puro cansancio y desidia. Desemboca entonces en un pacto más bien cordial. Por el contrario, si todo se deshace después de un arrebato pasional es más fácil que la cosa derive hacia un enfrentamiento de tanta gradación como lo había sido el enamoramiento. Los divorcios son como son, todos diferentes, en función de las ganas de juerga de las parejas. Howard Jacobson, escritor y analista en The Guardian, asegura que «las cosas van mal después de un divorcio, y a menudo siguen yendo mal siempre. Hay una amargura que perdura». Creo que acierta más que Juncker. Ahora bien, la aportación más estrambótica es la del ministro de Finanzas británico. George Osborne dice que el Reino Unido activará el artículo 50 -es decir, el lo siento, lo nuestro se ha acabado- cuando sepa cómo serán sus consecuencias. Esto no vale. La gracia de separarse es lanzarse al vacío a ver qué pasa. Y no exigir antes un colchón y después dar el salto.
Dos miradas
El artículo 50
La gracia de separarse es lanzarse al vacío a ver qué pasa. Y no exigir antes un colchón y después dar el salto
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