La transexualidad ha sido un tema tabú en nuestro entorno hasta épocas muy recientes. Las personas que se han sentido emocionalmente de un sexo distinto del que venía definido por sus genitales han padecido a menudo incomprensión, cuando no abierto rechazo, lo que muchas veces ha conducido a su aislamiento social. Pero la consideración de que las libertades personales son un logro absolutamente irrenunciable ha calado profundamente en las últimas décadas en los países más evolucionados, y hoy casi nadie considera una extravagancia que alguien se plantee cambiar de sexo. Porque quienes se someten a un proceso de este tipo -ahora también a edades muy tempranas- han meditado este paso trascendental, con el que quieren poner fin al sufrimiento que se deriva de su conflicto de identidad sexual. En los últimos años, la sanidad pública española ha empezado a sufragar las operaciones de cambio de sexo, lo que ha supuesto un avance innegable, pero algunos colectivos trans se quejan de la rigidez de criterios de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Clínic de Barcelona, servicio de referencia para quienes quieren ver financiado su tratamiento hormonal. Revisar y, en su caso, mejorar los circuitos instaurados no parece que sea una tarea ímproba. Como todos los grandes cambios de tipo sociocultural, la transexualidad aún debe transitar entre dificultades, pero su plena normalización es necesaria porque responde a algo tan básico como la felicidad humana.
Editorial
La normalización de la transexualidad
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