"Todo en mi vida pendió de un hilo, del azar"

Niña de la guerra. Fue evacuada a la URSS con 12 años. Una mente lúcida y un espíritu fuerte a pesar de la desdicha.

«Todo en mi vida pendió de un hilo, del azar»_MEDIA_1 / JOAN PUIG

Su amiga Helena Vidal, excelente traductora del ruso, logró convencerla para que volcara sobre el papel sus vivencias: Trenes tallades. Records d'una nena de Rússia (Cal·lígraf). Las memorias de Roser Rosés (Barcelona, 1926) se presentan esta tarde en la librería Pròleg, a cargo de Llibert Ferri, y el miércoles, en el Museu d'Història de Catalunya (MHC), de la mano de Julià Guillamon.

-Me figuro el porqué del título.

-Tan pronto como llegamos, a todas las niñas que teníamos el pelo largo nos lo cortaron. Por higiene; veníamos de una guerra.

-La evacuaron en noviembre de 1938.

-Salimos en autocar hasta Portbou y desde allí fuimos en tren hasta Le Havre, donde nos esperaba el barco soviético. En aquel convoy, seríamos unos 300 entre adultos y niños. La mayoría, vascos y asturianos.

-Se creía que regresarían enseguida.

-Mis padres lo hicieron por protegerme porque sufría mucho con los bombardeos. Además, me iba con mi tía: su esposo era médico y el responsable de las caravanas a Rusia.

-¿Vivió todo el tiempo con su tía?

-No. Escogí la imagen de las trenzas cortadas para el título porque se segaron muchas cosas, entre ellas la convivencia familiar.

-¿Las separaron?

-Sí. Había tres pabellones para los refugiados: a mi prima la pusieron en la de los niños pequeñitos, a mi tía Maria en la de adultos y a mí en la del medio. Mi tía, además, estaba embarazada y tuvo al bebé allí.

-Qué duro.

-Lo más terrible de mi estancia en Rusia fue que mi prima, la niña de 3 añitos que había venido con nosotras, falleció allí de una afección renal. Mi tía lo pasó fatal.

-No es para menos.

-Lo sucedido le hizo dar la espalda a todo y no quiso aprender ni una palabra de ruso. Se le quebraron la vida y la juventud.

-¿Y el marido?

-De regreso de una de las expediciones a Rusia, mi tío Víctor se enteró en Figueres de que Barcelona había caído a manos de Franco y reculó hacia Francia otra vez, desde donde pudo embarcarse hacia México. Esa fue la gran suerte.

-Y usted, ¿se adaptó a la URSS?

-Llegué con 12 años, y la educación allí estaba muy politizada. Yo no me daba cuenta. Stalin era el padre de todos los niños.

-Salieron de una guerra y comenzó otra.

-Sí, los nazis invadieron la URSS en junio de 1941. Enseguida nos evacuaron de Moscú a una granja agrícola en la república de los Alemanes del Volga. Nos hicieron crecer de golpe; a mí me pusieron a ordeñar  vacas mientras las hubo.

-Su tía había ido a parar a Uzbekistán.

-Pedí permiso para reunirme con ella... ¿Sabe cuánto recorrí solo en evacuaciones durante la guerra mundial? Doce mil kilómetros. En tiempos de guerra, el viaje fue una epopeya; llegué con sarna y piojos.

-Vivió en la URSS siete años y medio.

-Pudimos trasladarnos a México en 1946, acabada la guerra, porque mi tío nos reclamó. Al año siguiente, me reencontré con mis padres y mi hermano en Barcelona.

-Salir de la Rusia de Stalin, ¡un prodigio!

-Por un pelo. Todo en mi vida pendió de un hilo, del azar, de pequeñas casualidades. Por un poquito de nada tenías una vida u otra completamente diferente.

-Ahora es usted voluntaria del MHC.

—Me siento afortunada de haber sobrevivido a todo aquello, y doy charlas en las escuelas para que no se olvide el daño que causan las guerras. A veces, cuando hablo, no puedo evitar que se me rompa la voz.