Peccata minuta

Far West

Me gusta Lleida -quien lo feo ama, bello lo encuentra, dice el mal dicho- porque la he paseado de la mano de mis amigos

La semana pasada coincidí en la estación de Sants con un muy admirado director escénico. Nos preguntamos si íbamos a Madrid, muy grato exilio para todo teatrero en sequía catalana, pero no: él viajaba a Girona y yo me dirigía a Lleida. «¿Lleida?», me inquirió, casi asustado, temiendo por mi futuro, como si yo hubiese citado una antigua palabra que, de lejos, le sonaba vagamente a algo que alguna vez existió. Yo le bromeé que nadie es perfecto. Y así nos despedimos: él, hacia la pequeña Florencia; yo, camino del Far West.

No seré yo quien niegue que el paisaje y el paisanaje de Girona sean la novena maravilla de algún mundo; tengo allá seguros y cultos amigos y restaurantes, y me encantaría retirarme, libre de todo esfuerzo y compromiso, en este pedazo de tierra con río y campanas, donde individuos y familias pasean y cruzan puentes de piedra antigua, saludándose, casi quitándose el sombrero, camino de un concierto, una obra extranjera del Temporada Alta o un perfecto helado en Rocambolesc, donde Jordi, el peque de los hermanos Roca, ha instalado su magisterio popular en cosas dulces. Todo en su sitio y muy burgués -si burgués ya no sonase a insulto-, como San Sebastián pero más cerca.

Lleida va de otro palo, como si Ovidi y Labordeta, perfectamente desafeitados, cantasen desde su más alta ternura las virtudes del cierzo y de la niebla. En mayo, mientras los gerundenses aspiran perfume de flor natural, los de Ponent se ponen hasta el culo de caracoles, con sus retráctiles y frágiles cuernos, hasta muy entrada el alba. Y, en medio, desde el AVE e ignorando a BCN, que come aparte, divisamos Tarragona, que con la señorial Reus, sus murallas, su romanidad y sus Salou y Cambrils -el mar de los maños- ya se espabila.

Pequeño centro

Me gusta Lleida -quien lo feo ama, bello lo encuentra, dice el mal dicho- porque la he paseado de la mano de mis amigos (EduardEmília, Toni, Pere -¡maestro!-, Celina, Marga, Marta…), muy buena gente, buena en poesía, en teatro e incluso en política.

Y, como Peret, un medio amigo: el alcalde Àngel Ros. ¿Te acuerdas, Àngel, cuando, puta de mí, aprovechando que compartimos escenario en la inauguración del curso 2015-16 de la Aula de Teatre, muy seria escuela de arte dramático, te propuse, ante una sala abarrotada, que, ya que en tu ciudad abunda el buen teatro infantil y juvenil, te inventases un festival de resonancia internacional? Tú dijiste que sí y el público rompió en aplausos. Acompaña, querido Àngel, a tu buena gente de teatro y a tus buenos poetas. Me aconsejó un día el difunto y joven Eduard Delgado: «Por pequeño que seas, procura ser el pequeño centro de algo». Del teatro para los peques, por ejemplo. O de la poesía, aunque no cotice en bolsa.

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