MIRADOR

Atascados en el barro

Ni el cambio ni la continuidad muestran fuerza suficiente para sacar a España del atolladero

Mariano Rajoy conversa con miembros de la Hermandad de los Nazarenos de Ayamonte (Huelva). / EFE / JULIÁN PÉREZ

Han pasado ya prácticamente las vacaciones de Semana Santa. En contra de lo imaginable, durante unos pocos días el vibrante toma y daca entre los partidos españoles se ha ralentizado, como aletargado. Este martes se reanudará la batalla. Estamos cruzando el umbral que conduce sin escapatoria a la hora de la verdad.

Mariano Rajoy renunció a someterse a la investidura pese a ser el claro ganador de diciembre. A partir de ese día, el PP no cambiaría la apuesta, que no es otra que esperar a unas nuevas elecciones. La pelota quedó automáticamente en el tejado de Pedro Sánchez, que sí aceptó el reto. En realidad, a Rajoy le costaba, le cuesta horrores, imaginarse a sí mismo en una auténtica negociación, esto es, de tú a tú, sin esperar que el otro sencillamente se pliegue a tus condiciones.

Al presidente del PP se diría que le incomoda más y le da más pereza el engorroso proceso de regateo y pacto con sus adversarios que encararse de nuevo con ellos en las urnas. No es, creo, un cálculo estrictamente racional, sino que tiene mucho de emocional y subconsciente.

Si Sánchez hubiera sabido esto quizá hubiera actuado distinto. Pero el socialista --siempre bajo la amenazante sombra de Susana Díaz-- priorizó a Albert Rivera y a Ciudadanos. Era, en realidad, un movimiento defensivo. Conseguir a Ciudadanos aislaba al PP, que quedaba a expensas de los socialistas, pues a partir de entonces los populares solo podrían gobernar si el PSOE lo permitía. La alianza del PSOE con Ciudadanos, a su vez, propició que Rajoy se reafirmara en su apuesta por repetir los comicios.

Pero para Sánchez, aislar al PP también tenía un precio: hacer más difícil aún un pacto hacia la izquierda, el único --aparte de la gran coalición con el PP-- realmente posible. En este punto es donde se retoma este martes la batalla. No va a resultar fácil reconducir la situación en poco más de 30 días.

Mientras tanto, el estado de interinidad real y mental en que se ha instalado el Gobierno español empieza a pasar factura. España está atascada, con las ruedas tractoras metidas en un fango arcilloso y obstinado. Los españoles observan ya más irritados que sorprendidos.

El resto de Europa no acaba de entender lo sucedido. Y es natural. Mientras lo corriente es que se impongan las fuerzas del cambio o bien las de la continuidad, del 'establishment' y los partidos de siempre, en España ni el cambio ni la continuidad muestran fuerza suficiente para sacar el coche del barro. Además, la misma tensión entre cambiar las cosas o no hacerlo recorre el interior de los partidos, sometidos todos ellos a un enorme estrés, y amenaza con resquebrajarlos.

Puede, como confía el PP, que sea necesario volver a votar. Veremos entonces si las cartas quedan repartidas de otro modo, si se puede empezar a andar y, sobre todo, en qué dirección finalmente.