Tras siete años de estallido de la primera fase de la crisis financiera, los problemas de fondo que la provocaron no están más que muy parcialmente resueltos. A ello ahora se suma la creciente inquietud que generan las dificultades de la banca central para reanimar la demanda y los precios en un contexto global de excesivo endeudamiento. En suma, más que una nueva recesión, con características similares a las de 2008, el origen de las turbulencias actuales y las causas subyacentes a las choques de estos últimos trimestres apuntan a un proceso de lento crecimiento, pérdidas de riqueza y baja inflación.
Dada la dependencia de la financiación exterior de España, este contexto puede afectarnos muy negativamente. Tal y como sucedió en 2011/2012, cualquier cambio sustancial en la percepción del riesgo en el ámbito internacional podría provocar problemas mucho más graves en España que en otros países importantes del euro.