De la misma manera que un libro no acaba de existir del todo hasta que no llega un lector y lo convierte en una vivencia propia, desligada incluso del autor, así las librerías, que no acaban de serlo hasta que un cliente no se acerca y las convierte en templo y taberna, santuario, caverna y despensa. Como dice Xavier Vidal, impulsor de No Llegiu, en el Poblenou, «las librerías las hacen los lectores». El invento de Vidal -un retorno a los orígenes- es reciente y forma parte del platillo optimista de la balanza: las librerías que han abierto en los últimos años frente a las que han tenido que cerrar. No Llegiu, que implica una orden irónica («No leáis», con indicaciones inmediatas para desobedecerla) y una triste constatación («No leéis») contra la que hay que luchar, con rigor y sin azúcar, se ha trasladado este fin de semana a una vieja tienda de confección que se llamaba 'Juanita', cerca de donde se hallaba hasta ahora. Para la operación de trashumancia, en la que los rebaños eran de libros, hicieron un llamamiento a los amigos y vecinos para que se convirtieran en eslabones que transportaran novelas, poemas, tesis, imágenes y letras. Una cadena de un centenar de personas que tardaron hora y media en transportar casi 4.000 libros de un lado a otro. La idea, magnífica, hace que los libros sean ahora tocados, palpados, queridos, protegidos y venerados por todos estos lectores que, por ósmosis o por vía cutánea, los habrán leído y de alguna forma se habrán apropiado de ellos.
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