L'ATZUCAC

La culpa es de los políticos

El tren se detenía con un ligero retraso en la estación de la Floresta. Dentro, en los asientos reservados, una pareja se daba carantoñas en un bucle de amor extradulce. En el vagón no cabía ni un alfiler y cada palmo de espacio se ganaba a codazos y miradas desafiantes. En la siguiente parada, Valldoreix, una viejecita subió al hacerle los pasajeros un hueco. A pocos centímetros de la señora, la pareja proseguía con su idilio particular. El último éxito de reguetón enlatado empezó a sonar desde algún punto indeterminado. Era el teléfono de él. La señora mayor los miró, ceño fruncido por delante. En el diccionario del lenguaje corporal venía a ser algo así como: "Dejadme sentar, niñatos". Pero nada, no hubo ‘feedback’. ¿Qué importaría una vieja de otro siglo? Finalmente se levantó un hombre que doblaba la edad a Romeo Julieta y dejó que la señora se sentase. Ella se lo agradeció con una sonrisa de arrugada resignación.

Poco después el espectáculo empezó su crescendo. Ella decidió que su hombrecito tiene las uñas demasiado largas. Abrió el bolso y entre un arsenal de pinceles y tijeritas, sacó un cortaúñas. Las pequeñas parábolas de queratina empezaron a caer en la falda del chico tras un "clic", "clic", "clic" metálico. De fondo seguía la música: “Ella sabe que es toda mía, toda, toda…” Un lector de libro de bolsillo levantó la mirada, incómodo por el ruido. Terminada la sesión de manicura el chico se sacudió los pantalones dejando caer al suelo el resto de las uñas. Algunos se aislaron en sus pantallitas luminiscentes para no ver, otros incrementan los carraspeos.

El empieza a buscar algo en sus bolsillos. “No pasa nada, últimamente no hay revisor por la mañana” dice ella, "solo me pillaron un día sin y nada". Del billete pasan a hablar de los políticos. "¿A, que votaste al final? A mí ni Rajoy, ni el Mas, ni el Iglesias me dicen nada, paso, si por su culpa está todo hecho una mierda y hay crisis". Por poco no se descalabra la catenaria por el tonelaje de la ironía. Romeo y Julieta bajaron poco después en Rubí rematadamente convencidos de su normalidad. Y tenían razón. No es raro que levantemos la voz contra esos señores trajeados y después no recordemos la meadita en ese callejón, ni el pago en negro al fontanero, ni los semáforos en rojo, ni el lanzamiento discreto de colilla, ni los adornos que deja el bulldog francés en su paseo matinal. Me pregunto si en la política abundará la corruptela por estar impregnada de esta actitud que ya viene de base. ¿Es un mal cultural? ¿Entraban en una antítesis los novecentistas al defender el mediterranismo y el civismo a la vez? Pero mejor no nos preocupemos demasiado, dejemos que de esto del civismo se ocupen los políticos.