MIRADOR

¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Rajoy se escudó en la herencia recibida y Sánchez, de dar tanta patada en la espinilla, casi acaba en el suelo

La mayoría de los españoles pagamos nuestros impuestos, seamos asalariados que resistimos solidariamente cada vez una mayor presión fiscal a través del IRPF o autónomos que abonan como pueden su cuota, aunque a menudo, trimestre tras trimestre, las cifras no cuadren. Somos un colectivo que se siente afortunado porque no estamos entre los casi cinco millones de parados. Afortunados pese a que haya quien tenga un contrato de trabajo tan miserable que hoy no le permitirá ni enchufar la calefacción. Algunos, además, seguimos indignados por que se aprobase una amnistía fiscal (con los votos de PP y CiU) que permitió a los defraudadores irse de rositas y no entendemos por qué hay partidos que se llenan la boca de transparencia mientras abonaron una indemnización en diferido a un presunto delincuente a quien el presidente del Gobierno compadeció pidiéndole que fuese fuerte. No hacía falta, porque presuntamente había robado (y mucho) y porque ya ha demostrado que fuerte lo es (tal vez eso es lo que preocupa al PP). 

Los españoles seguimos sin saber quién miente en el presunto pago de  sobres-sueldos en negro en el PP, aún no entendemos cómo nadie en la Junta de Andalucía se dio cuenta de que el dinero de los cursos destinado a la formación de parados servía incluso para comprar la cocaína de un alto cargo, y en Catalunya alucinamos cada vez que un dirigente de Convergència dice que este partido no tiene un problema con la corrupción pese a que les han embargado 15 sedes y el juez del ‘caso Palau’ sostiene que el partido recibió 5,1 millones en comisiones ilegales que pagó la constructora Ferrovial. Hasta aquí el indignado diagnóstico.                                                                                    

Y cuando nos sentamos frente al televisor para ver un debate entre los dos aspirantes que, a priori, tienen más posibilidades de ser presidente del Gobierno, nos encontramos a Mariano Rajoy quejándose de la herencia recibida y a un Pedro Sánchez que de dar tanta patada en la espinilla casi acaba en el suelo. No fue un debate, fue un ‘y tú más’ que solo contribuyó a que algunos nos indignásemos un poco más. Sí, Sánchez, que se ha dado cuenta de que sonreír sin motivo no tiene sentido, salió vivo, pero Rajoy no perdió votos. El líder del PSOE quiso actuar como si se tratase de un dirigente de Podemos. Pero, para bien o para mal, no lo es. Su mochila pesa. Y el presidente del Gobierno, ajeno a redes sociales y medios digitales, se dirigió a su público, el mismo con el que se fotografía jugando al dominó y que es el que le permitirá llegar el primero. Un electorado que le perdona los mensajes a Bárcenas porque les promete que no peligra su pensión (pese a haber vaciado la hucha como nadie), un público que no se fía de los llamados emergentes y que aplica aquello de 'más vale malo conocido...'. Pero a veces vale la pena arriesgarse y no dejar que el miedo paralizante evite avanzar.