Risas en la cola

El refugiado político en ocasiones viaja así: tiene conocidos en una ciudad y allí se dirige

En la cola del pescado, mientras está siendo atendido, un cliente cuenta cosas de China donde viaja a menudo por trabajo. Los pescaderos escuchan atentísimos: la comida china que comemos en España es simplemente una variante regional, la cantonesa, porque la mayor parte de la inmigración procede de esa región. En otros países de Europa la comida china es distinta, no porque otros europeos tengan otros gustos, sino porque sus inmigrantes chinos son de otras regiones.

La emigración se mueve por efecto llamada, es decir, sé por los de mi pueblo cómo es ese país lejano al que viajaron sus parientes, vecinos también, y si decido marcharme, será porque ellos podrán tenderme la mano una vez llegue allí. El refugiado político en ocasiones viaja así, tiene unos primos, un amigo en alguna ciudad europea y hacia ella dirige sus difíciles pasos, pero otras veces viaja con la agenda de contactos completamente en blanco.

Son conmovedoras las historias de Isaac Bashevis Singer sobre judíos supervivientes de los campos que en Estados Unidos, Argentina o Francia empezaban desde cero después de haber visto y haber hecho lo que ninguno imaginaríamos hacer, desde comer lo incomestible a callar cuando una atrocidad es cometida a nuestro lado.

El cliente de mi pescadero sigue charlando. Son los relatos fascinantes de un viajero al lejano Oriente que, en su boca, cobra dimensiones míticas, incomparablemente más atractivas que nuestra percepción personal de los chinos del bazar de la esquina.

Ahora explica que los chinos no desesperan mientras guardan turno en los puestos del mercado. Que nosotros somos impacientes, nos metemos presión a nosotros mismos y al que nos atiende, pero ellos charlan, ríen y, si tienen que esperar, al menos pasan un buen rato. Pienso en los chinos que ríen en las colas de sus mercados, pienso en los insondables asiáticos que nos atienden aquí en los bazares. ¿Qué ha pasado entre medias?