Dos miradas

Europa

Lo ha dicho el ministro de Exteriores italiano: «O Europa encuentra su alma o la pierde de verdad». ¿Y cuál es el alma? ¿Qué contiene? ¿Dónde se perdió? ¿Hay que buscarla de nuevo? El alma de Europa son los cafés, decía Steiner, y también las calles por donde se puede pasear y descubrir los rincones de la Historia. Calles que no son números sino efemérides, nombres, apellidos. Fechas que nos recuerdan los tratados de paz y también las guerras, personajes que nos evocan liberación y también sumisión. Europa es mitología, es un poso común que se alimenta de las esencias griegas y romanas y del cristianismo, de las sinfonías y las óperas, de los bárbaros que limpiaron la decrepitud del imperio, de los monjes que copiaron manuscritos, de los artistas que descubrieron la perfección y de los que pensaron que era más importante la destreza en la forma que la profundidad del contenido. Pero Europa también es la sangre que salpicó esos instantes de reconstrucción humanista y es también la usura y la esclavitud. Es la revolución pero también la guillotina, es la Luz pero también la oscuridad de Auschwitz. Lo decía Orson Welles en El tercer hombre: «Siglos de serenidad y aburrimiento han hecho que Suiza inventara el reloj de cuco; de los años feroces y terribles nace el Renacimiento». ¿Dónde está el alma europea? Nos gusta tener a mano la idea de una Europa de la equidad y la democracia, pero convivimos con el alambre inhumano que cierra las fronteras.