Dos miradas

Diez cada día

Tenía 15 años. Viajaba sin ningún familiar. Estaba enfermo. Tres semanas antes, en Libia, había sido golpeado y obligado a realizar trabajos pesados. Le habían negado el agua y el alimento. Un barco italiano lo rescató junto con otras 302 personas. Al comprobar su estado crítico, fue trasladado al buque de Médicos sin Fronteras Dignity I e ingresado en la clínica de a bordo. Murió antes de llegar a puerto. Su sueño naufragó. Como el de tantos otros. La Organización Internacional para las Migraciones ha cifrado en 2.373 las personas que este año han muerto tratando de llegar a Europa. Una media de diez personas al día. Diez silencios diarios.

Si cada día calláramos un minuto por cada muerto, quizá empezaríamos a sentir su ausencia. Tal vez incluso les pondríamos un rostro y un nombre y hasta un pasado con vida. Si calláramos, quizá oiríamos su lamento. Un lamento sordo y profundo que se colaría entre el ruido de nuestro eco, entre ese cúmulo de palabras y palabras vertidas solo para glorificar la vanidad de algunos, sin más objetivo que servir a los intereses de unos pocos y anestesiar nuestra solidaridad, nuestra conciencia.  Si calláramos, quizá sentiríamos que ellos, los náufragos, también son nosotros, que sus sueños también son los nuestros, y sus aspiraciones y sus derechos. Nuestra dignidad es la de ellos. Y zozobra en el mar de la vergüenza.  Cada día, diez veces más débil.

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