El grave atentado en el corazón de la zona más turística de Bangkok el pasado lunes, en el que al menos 22 personas perdieron la vida, sigue rodeado de numerosas especulaciones en lo que respecta a la autoría. No hay precedentes de un ataque terrorista de esta dimensión en la capital tailandesa. Se han apuntado varias posibilidades, desde el separatismo musulmán en el sur del país, que nunca ha salido de sus fronteras regionales, o la deportación a China de refugiados uigures. Pero si reinan las dudas sobre quién lo perpetró, las consecuencias tanto políticas como económicas aparecen más claras. Con 38,5 millones de visitantes el pasado año y un claro aumento en lo que va de año, el turismo es fundamental para la economía del país. Cabe suponer que, en un primer momento, el buen clima y los mejores precios que ofrece Bangkok no serán suficientes ante la inseguridad que desata un atentado como el del templo de Erawan. En términos políticos, Tailandia está gobernada por una junta militar que el año pasado dio un golpe incruento contra la presidenta electa en el marco de una lucha por la sucesión del anciano rey Bumibhol. Los militares llegaron al poder prometiendo elecciones y el retorno de los usos democráticos al país. Sin embargo, se han enrocado en el Gobierno y han utilizado la mano dura contra los disidentes. El atentado de Bangkok juega a su favor al dar una justificación para que se desate una mayor represión y para que decidan seguir ocupando el poder.
Editorial
Las incógnitas del atentado de Bangkok
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