Aprovechar la celebración de una gran cita deportiva para modernizar las infraestructuras urbanas ha sido una estrategia que, en mayor o menor medida, han seguido siempre las ciudades y los países optantes a esos eventos. Y es también muy habitual que la construcción de las instalaciones que albergarán las competiciones acumulen importantes retrasos y se ponga en duda que estén a punto en la fecha prevista. Por eso una mirada superficial al estado del proyecto de Río 2016 podría llevar a concluir que los problemas de hoy no serán obstáculo para que la ciudad brasileña pueda celebrar con éxito, dentro de un año, los primeros Juegos Olímpicos en un país suramericano. Pero un chequeo a fondo revela una realidad más preocupante, porque no solo hay retrasos en la construcción de instalaciones clave, sino que el sobrecoste de las obras, la corrupción, los problemas de seguridad y la grave insalubridad de las aguas que acogerán las pruebas de vela, remo y piragüismo dibujan un cuadro muy difícil de revertir en 12 meses. Brasil no parece haber aprendido la lección de los preparativos del Mundial de fútbol del 2014: si entonces hubo grandes protestas sociales por el excesivo gasto público para el campeonato, ahora las autoridades están dando muestras de ineficiencia, lo que es particularmente grave porque el país, pasados los años de euforia económica, no puede permitirse proyectar al mundo una imagen de poca seriedad y de incapacidad para afrontar grandes retos.
Editorial
Río no está en forma para los Juegos del 2016
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