Dos miradas

Tópicos

Uno de los momentos más emocionantes de las noches electorales es cuando, en una situación de empate, sale el candidato -el derrotado o vencedor: siempre hay al menos uno de cada, aun empatando- que asume la responsabilidad de pronunciar uno de los tópicos más memorables de la política. Argumenta el candidato: «El pueblo ha decidido que nos teníamos que entender». Dice, en realidad, que no tiene suficientes votos para gobernar y que, desgraciadamente, tendrá que hacer pactos, pero de hecho apela a la personalización de este ente informe que es «el pueblo». El pueblo no ha decidido tal cosa. Uno a uno, los votantes han ejercido su derecho y optado por una opción. No se han puesto de acuerdo para el empate, con la intención de «decidir» conjuntamente nada. La igualada ha sido ocasional, producto de combinaciones y azares.

Es enternecedora, sin embargo, la individualización de esta cosa que llamamos pueblo. En el lado opuesto -y siempre con un deje de desprecio más o menos diluido- está el político que confunde la justicia (su concepción de la justicia) con la democracia. Dice: «Es una injusticia que X no haya sido alcalde». Porque se lo merece, porque es muy bueno, muy limpio, muy eficiente. Pero, ¿quién comete la injusticia? ¿Aquel pueblo soberano que antes tenía razón y que incluso decidía el empate y, por tanto, la negociación? ¿Antes era un dios omnipotente y ahora es un inculto que no sabe apreciar -ni recompensar- la bondad?