Si no hay sorpresas, estamos en condiciones de proclamar como mejor campaña televisiva electoral la que protagoniza Jaume Collboni. La de Trias tiene un cierto gancho, aunque destila un sabor a tarta de maracuyá: algo empalagosa. Las imitaciones de Alfred Bosch caminan todo el tiempo sobre la finísima línea roja del ridículo, y la rumba de Ada Colau engancha pero, al mismo tiempo, tiene el peligro de parecer demasiado superficial. El vídeo de la CUP es simple y contundente, con un mensaje sin fisuras: los abrazos a según quien (los nuestros) se convierten -cuando el figurante lleva corbata y americana (uno de los otros)- en llaves de judo. Es poética pero, ciertamente maniquea, no tiene matices. ¿O es que no se puede ser de la CUP, o votarla, si eres un individuo que va con traje y corbata por el mundo? Del PP y de Ciudadanos no hablo, porque son muy aburridos.
Collboni -la imagen de Collboni- triunfa porque es el único que juega con los códigos auténticos de la publicidad. El agua que le llega al cuello y más allá y el espléndido crochet de derecha que impacta en la mejilla son imágenes impresionantes y desgarradoras. Directas como el puñetazo a cámara lenta. Y, sobre todo, el 'rewind' que devuelve al candidato al estado original: el agua que cubría el rostro se retira y el guante de boxeo abandona el contacto con la piel y deja paso al verbo. Dicen que no ganará. No toda la publicidad, ni siquiera la que está bien hecha, asegura el éxito del producto.