La clave

¿El cambio por el cambio?

Refundar la democracia exige renovar el contrato entre la política y la ciudadanía, y ahí no caben cheques en blanco

En la oposición, los dos grandes partidos españoles han participado, instigado o directamente convocado manifestaciones contra el Gobierno de turno. Lo hizo José Luis Rodríguez Zapatero en la marcha del 2003 contra la guerra de Irak, y Mariano Rajoy encabezó, entre otras, una gran protesta contra el diálogo con ETA, himno de España incluido. Cuando el adversario presenta un flanco débil, PP y PSOE no dudan en agitar las calles para estimular el malestar ciudadano. Y para luego rentabilizarlo en las urnas.

Podríamos así concluir que Podemos se ha sumado a la tradición bipartidista al promover La Marcha del Cambio La Marcha del Cambioen Madrid. Pero, respecto a los citados precedentes, esta protesta presenta algunas diferencias significativas que conviene reseñar.

Siendo, como las anteriores, una exhibición de fuerza con vistas a las elecciones, la marcha de Podemos no pretende frenar o revertir una política concreta del Gobierno, sino que constituye una enmienda a la totalidad contra el conjunto de los actuales representantes políticos, esa «casta» a la que se repudia con el lema No nos representan. Y ahí la primera objeción: esos políticos que «no nos representan» obtuvieron hace solo tres años 24,5 millones de votos, 18 de ellos entre PP y PSOE. A alguien deben de representar todavía.

Pablo Iglesias no oculta su estrategia: «Ni izquierda ni derecha; los de abajo contra los de arriba.» El propósito de Podemos es transformar la justa indignación social por la crisis y la corrupción en una revolución desideologizada que, urnas mediante, les entregue el poder no por lo que prometen, sino por lo que encarnan: una generación sin ataduras con el pasado y dispuesta a relevar a unas élites deslegitimadas.

Renovar el contrato

Podemos lima sus aristas ideológicas hasta dejarlas romas para no espantar al electorado de centro, y de paso diluye sus propuestas en océanos de ambigüedad, consciente de que, a mayor concreción, más dura será la colisión con la realidad. Pero refundar la democracia exige renovar el contrato entre la política y la ciudadanía, y ahí no caben cheques en blanco. «Los de abajo» merecen garantías de que no se le ofrece solo el cambio por el cambio.