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El poder del 'aristós'

Que en España nos llame la atención la falta de paridad en Grecia es síntoma de que aquí sí hemos avanzado mucho en democracia

¿Qué es la política? ¿A quién sirve? ¿Qué hace un ministro? Y ese ministro, ¿se ocupará más o menos de los problemas de las mujeres si es mujer o si es hombre? ¿Existen problemas de mujeres o los problemas son de todos y da lo mismo el sexo, procedencia o condición? ¿Son todas las mujeres buenas? ¿Las pueden representar los hombres?

Hagamos un experimento, nombremos ministros exclusivamente naturales de la provincia de Zamora. ¿Tendrán más presente a Zamora que a las otras provincias o menos? ¿No sería extravagante y caprichoso que algo así se diera? Cambiemos el ejemplo. ¿Y si en vez de zamoranos nombrásemos un gobierno formado solo por personas zurdas o altas o pelirrojas? ¿Nos parecería bien o mal o, sencillamente, curioso?

Eso es lo que ha ocurrido en Grecia. El nuevo primer ministro acaba de elevar a categoría una representación colectiva muy difícilmente cuestionable: los hombres son la autoridad, son los mejores, los aristós. En un momentro crucial para su país, no ha encontrado ni una ciudadana para decidir e impulsar políticas, acciones que cambien el estado de las cosas.

Afirmaba Eurípides: «No hay nada tan importante y necesario para la conservación de las repúblicas como la obediencia de la mujer al marido». Demostraba así sin quererlo que la historia de las mujeres es la historia política, de las relaciones de poder y de los modelos de vertebración social. La misoginia no es simplemente una tradición religiosa o cultural, es una cuestión de equilibrio de fuerzas y de quien las administra. Parece que el fabuloso Tsipras, ese nuevo héroe griego, comparte el criterio del poeta. Aunque hayan pasado 25 siglos.

Que en España nos llame la atención la falta de paridad o la inexistencia de cuotas en Grecia es síntoma de que aquí sí hemos avanzado mucho en democracia. Las iniciativas de Rodríguez Zapatero en materia de igualdad nos han situado en una realidad que es muy distinta de la de Grecia. Medidas como las cuotas o leyes como la de violencia de género nos hicieron dar pasos de gigante en poco tiempo. Incorporamos una perspectiva, la de género, ajena a nuestra cultura y tradición, aunque no fuera nueva. Para eso sirven las cuotas, para darse cuenta, para no caer en modelos automáticos integrados durante siglos. Para eso está un gobierno. No solo para mandar, sino para contagiar a la sociedad un ejemplo.