¿Miedo? ¿Quién dijo miedo?

Por extraño que parezca, no sé lo qué es el miedo escénico. Sí conozco, en cambio, y mucho, el miedo pre-escénico. ¿Miedo escénico? Una vez en lo alto del escenario, frente al público, no le temo a nada ni a nadie. Entre bastidores, pueden temblarme las piernas y cosquillearme mariposas en el bajo vientre. Pero en cuanto piso el escenario las piernas se asientan, se clavan, templan y me siento seguro. Puede que sean los años de experiencia, la confianza en que el público está siempre de tu parte, como el viento a favor, o, simplemente, la constatación, el convencimiento de que el escenario es mi hábitat natural. Estoy en el escenario y estoy en casa, rodeado de amigos. Fuera de escena, es cuando me acojono (con perdón). Ahí sí que tiemblo como gallo en vísperas de Navidad.

Los sucesos ocurridos a Joaquin Sabina y Pastora Soler han conseguido que todo el mundo se haya puesto a hablar del miedo escénico con una familiaridad asombrosa. Hay incluso, quien le atribuye a Valdano (¡!) la invención del término. Y en las idas y venidas de la charla se confunde la velocidad con el tocino. Un ataque de angustia (conocido por miles de personas que no han subido nunca a un escenario), una sobrecarga de trabajo, un punto álgido de estrés, una caída de las fuerzas por cansancio infinito, un fallo de memoria, una taquicardia, unas ganas repentinas de mandarlo todo a la mierda, una obnubilación transitoria, un desmayo, todo esto y más pueden ser las causas del abandono de Joaquín y Pastora. Pero ¿miedo? Imposible. Hace falta mucho valor para subirse allá arriba y dar la cara. Y el valor y el miedo son incompatibles. El miedo -la duda a acertar o equivocarte- te posee en los ensayos, o la noche antes del estreno, o camino del teatro el día de marras, o, ya en el camerino, cuando el regidor dicta la sentencia: «¡Cinco minutos y empezamos!». Pero ¿luego? Luego sales del camerino camino del escenario, te plantas entre bastidores y esperas. Y es ahí, precisamente ahí, donde se produce el fenómeno: el miedo se transmuta en valor. Y con ese valor sales a escena. Sin el miedo de antes es imposible el valor de ahora. Porque eso a lo que llaman miedo no es sino sentido de la responsabilidad: ha llegado el momento de la verdad, hay que dar la talla y no defraudar. Y sales a escena. Y te comes el mundo, si hace falta. Porque llevas no días, semanas ni meses, sino una vida entera preparándote para eso.

¿Miedo? ¿Quién dijo miedo?