Análisis

Todos somos americanos

Ahora sí cae el último, o casi, vestigio de la guerra fría

De nuevo, esa eufórica sensación de estar presenciando un hecho histórico; de que ha llegado la hora de corregir un error de décadas. Desde primera hora de la tarde las redes echaban humo, y no era para menos, claro. Con las declaraciones de ayer de Barack Obama y de Raúl Castro se abre la puerta para normalizar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, rotas desde hace más de 50 años.

Ahora sí cae el último, o casi, vestigio de la guerra fría. Como entonces, con intercambio de prisioneros de por medio. Por un lado, Alan Gross, contratista norteamericano, encarcelado en La Habana desde hace un lustro, el nombre visible y conocido; y el desconocido, pero confesado, de un agente de inteligencia (el moderno eufemismo de espía) encarcelado en Cuba durante más de 20 años. Por otro, tres espías cubanos que llevaban más de 15 años en cárceles norteamericanas. Un 3 x 2 con un valor simbólico y nominal incalculable.

Y una vez más, como en el final declarado de la guerra fría, con un Papa de por medio. Tanto Castro como Obama han agradecido al papa Francisco su ayuda para allanar este hasta ahora más que sinuoso camino. Un papel ejercido de un modo mucho más discreto que el que tuvo Juan Pablo II, pero que de seguir así será igual de eficaz a la hora de introducir algunas transformaciones en este mundo terrenal. Ambos mandatarios han mostrado asimismo su agradecimiento al Gobierno de Canadá por facilitar los espacios y las reuniones para las negociaciones.

De momento no han sido más que un par de declaraciones de buenas intenciones, pero que suenan a cambio drástico. Sobre el horizonte planean ya la restauración de las relaciones diplomáticas, la eliminación de Cuba de la lista de países que amparan el terrorismo y el levantamiento del tan denostado y tan ineficaz -como el propio Obama ha reconocido- embargo, así como la libertad de viajar a la isla para los norteamericanos y el aumento de la cantidad de dinero que puedan enviar.

Para Castro, será sin duda un espaldarazo a sus -aunque tímidas- reformas, un alivio ante los posibles efectos que la crisis económica venezolana tenga sobre su relación con la isla -incluida la reciente debacle de la caída del precio del petróleo- y un desafío, también, a su propia e indefinida transición política hacia no se sabe dónde.

Para Obama es parte del legado con el que pretende pasar a la Historia. Con dos presidencias más que cuestionadas, parece dispuesto a dejar en la recta final de su mandato una impronta clara en política exterior. Su decisión de poner en marcha la ley de inmigración, su renovada firmeza con Israel y ahora su cambio hacia Cuba así lo indican. En este caso no lo tiene fácil, sin mayoría en el Congreso. Pero ayer se volvió a ver al mejor Obama, al más convincente, al líder firme que tiende la mano, al más integrador. «Todos somos americanos», dijo en español. Es verdad. A menudo las palabras son el inicio de cambios más profundos. Ojalá que también en este caso.