Al contrataque

La llamada de Bergoglio

El pasado 10 de agosto, a las 17.23 horas, el joven que presuntamente sufrió abusos sexuales siendo menor y monaguillo de una parroquia granadina, recibió una llamada en el móvil mientras iba conduciendo. Estaba parado en un semáforo cuando sonó.

—Buenas tardes, hijo, soy el padre Jorge.

—Perdón —respondió el muchacho—, ha debido de equivocarse. No conozco a ningún padre Jorge.

—Bueno, soy el papa Francisco.

El interlocutor, que hoy tiene 24 años,  debió de creerse que se trataba de una broma estúpida. Tal vez estuvo a punto de colgar. No solo eso; escuchó luego cómo Jorge Mario Bergoglio, estremecido por el dolor que había vertido el chico en una carta de cinco folios, le pedía perdón en nombre de toda la Iglesia y se comprometía a esclarecer el asunto.

Un telefonazo inesperado desde la mismísima cúpula del Vaticano ha caído como un rayo bíblico sobre la diócesis de Granada, donde ya han sido detenidos tres curas y un seglar por su relación con la red de pederastia. Un látigo de fuego desde las alturas, una acción inusual, de esas que acostumbra el papa Francisco: sustituyó el 'papamóvil' por un 'jeep', eligió una habitación en la residencia de Santa Marta en lugar del lujoso palacio pontificio y renunció a los zapatos rojos que en su día había recuperado su predecesor, Benedicto XVI, como símbolo del poder papal. Cruz de plata simple, sin gemas. Y cuentan que celebró su 77 cumpleaños invitando a desayunar a cuatro vagabundos.

¿Populismo mediático?

Gestos, solo gestos, podría contraponerse. Pura demagogia, dirán otros. Una pequeñez después de tantos años de podredumbre y encubrimiento. Nada más que populismo, como si el Papa argentino fuese una versión renovada de Eva Perón y su trigo en la posguerra hambrienta. Sí, pero… En el fondo, el descrédito de la Iglesia, los escaparates de la democracia y la sociedad parten de lo mismo: la ausencia de una brújula moral, de referentes y asideros.

Así, un símbolo nimio, por insignificante que sea, cae como llovizna blanda sobre el secarral: no alivia la sed pero, al menos, alimenta la esperanza de que algún día reventará el chaparrón. Ademanes, menudencias, como la llamada del Papa, el mismo que calza zapatones negros y ha zarandeado en Estrasburgo a la vieja Europa para que deje de girar en torno a la economía y redescubra «su alma buena». Como el gesto que la plantilla del Rayo Vallecano ha tenido con la anciana de 85 años desahuciada de su casa. Como la actitud de los cuatro consejeros de Bankia que jamás usaron la tarjeta 'black'.

Bergoglio sabe que deben abrirse las ventanas a los cuatro vientos. Y lo sabe porque nunca dejó de pisar la calle. Ya cuando era arzobispo de Buenos Aires, advertía de que había que salir a la periferia.