A Juan le conocí cuando ambos teníamos alrededor de 10 años y compartíamos pupitre en el colegio de los Hermanos de la Salle de la Bonanova. Recuerdo tanto lo bueno que era en expresión escrita, el mejor y con diferencia, como lo mucho que odiaba las matemáticas. Lo nuestro era un pacto no escrito. Yo le dejaba copiar y resolvía sus dudas con los números, y él me abría un mundo de cosas nuevas que descubría explorando. Porque Juan ya entonces miraba las cosas de una manera muy especial, distinta al resto de nosotros, y, además, le gustaba enseñar. Gracias a él aprendí a leer a Proust en francés, a escuchar la Sinfonía de los salmos de Stravinski y a apreciar a los autores americanos que aquí estaban prohibidos. Recuerdo también que era una persona afable y de mente abierta. Así pasaron los siete años de bachillerato. Después él se fue a estudiar Derecho y yo Ingeniería. Pero nunca hemos perdido el contacto del todo. Primero con mis visitas a la finca antigua que heredó en los alrededores de Barcelona, y luego a su casa de Marraquech, un lugar plácido y agradable al que me encantará ir a ver al nuevo Premio Cervantes, algo que nunca se me ocurrió que ganaría pero que no me extraña en absoluto que le hayan otorgado. ¡Felicidades!
Memorias de pupitre
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