Fueron necesarias tres votaciones, pero al final España consiguió ayer el ambicionado retorno al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente para el periodo 2015-2016. El ministro José Manuel García Margallo puede apuntarse este tanto en un momento en que la marca España muestra señales de deterioro por la pésima gestión de la crisis del ébola y por la sordera del Gobierno ante el desafío catalán, que le acarrea críticas de la prensa internacional. El esfuerzo para lograr un puesto en el Consejo es muy grande, aunque el margen de maniobra en este órgano de decisión es pequeño. Son los cinco miembros permanentes, con su derecho de veto, quienes cortan el bacalao. Tratándose además de un país miembro de la UE y de la OTAN, la capacidad de España para desarrollar una posición independiente es escasa. Y más todavía cuando la política exterior española no se ha recuperado del todo del cambio radical de rumbo que le imprimió José María Aznar. Sin embargo -y así se planteó la campaña para conseguir el puesto-, por su historia y tradición España puede tender puentes entre regiones o intereses distintos. Ciertamente, ser miembro del Consejo de Seguridad, el órgano de mayor trascendencia de la ONU, da prestigio y relevancia en la escena internacional, pero tampoco hay que olvidar que se trata de una estructura que ofrece cada vez más muestras de inoperancia ante la gravedad de las crisis actuales y que necesita urgentemente una reforma en profundidad.
Editorial
España, en el Consejo de Seguridad
El ministro de Exteriores puede apuntarse este tanto en un momento en que la 'marca España' muestra señales de deterioro
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