Para evadirme del ruido de estos días, escucho el último disco de Leonard Cohen. Tiene una pieza que se llama Slow y que se acerca bastante a la sensación que desprende el álbum entero, estos Populars problems Populars problemsque llegan con un Cohen más lento que nunca, más arrastrado, más atento a las arbitrariedades del azar, a la ola del amor que es esquiva.
Sin embargo, claro, el mundo gira rápido a pesar del ritmo pausado del canadiense. Y no hay tiempo de hablar de la pulsión casi infantil que tuvieron los consellers consellersante la pluma Inoxcrom con que Mas firmó el decreto que ya estamos ante otra pluma -esta sin certificación gráfica- que impone la suspensión.
En el primer caso era un afán de inmortalizar lo que se intuía como mortal; en el segundo, la simple constatación de la maquinaria, que no admite matices y que tiende a permanecer como una coriácea muralla del Estado.
La reacción de los medios madrileños a la resolución del TC ha consistido en volver a leer el problema como una derrota de Mas, empeñados todavía en pensar que esto que pasa es un delirio y no un clamor. El error es notable. Vuelvo a Cohen: «Vosotros queréis llegar rápido, yo prefiero ser el último». El TC ha optado por la celeridad. Ahora quizá sea el momento de la rebelión pacífica y constante, no con la idea de una consulta-flash que se puede suprimir sino con el convencimiento de que después de tomar Manhattan, después ya viene Berlín.