Editorial

Fraude al Parlament

La comparecencia de Pujol fue un compendio de los males de una época y una burla a la Cámara catalana

El Parlament de Catalunya vivió ayer una de las sesiones más bochornosas que se recuerdan en tres largas décadas. La comparecencia de Jordi Pujol Soley -su tratamiento protocolario y distinciones como expresidente de la Generalitat le han sido retiradas- fue un fraude sin paliativos a la Cámara catalana y a los ciudadanos. Era legítimo esperar de la comparecencia una versión más creíble y completa que la nota del pasado 25 de julio sobre la supuesta herencia oculta en el extranjero. Y algún relato que despejara un sinfín de incógnitas que han aparecido en estos dos meses y que afectan de lleno a su familia.

Nada de eso ocurrió. Pujol se limitó a leer en su primera intervención unos folios que poco aportaron a lo ya sabido. Si acaso fueron un breve recorrido por la exitosa actividad financiera de su progenitor y de las contradictorias relaciones con su hijo. Lo que pasaría después se vio venir enseguida. Cuando comenzó el turno de preguntas de los diputados, Pujol no hizo gesto alguno de tomar notas para preparar las respuestas. Escuchó impasible las recriminaciones y las cuestiones concretas que se le hicieron, dando a entender que no iba a entrar en ello. De las siete preguntas que este diario planteó ayer en su portada, y que de un modo u otro incluyeron los distintos portavoces en sus intervenciones, Pujol apenas sí se refirió a la primera, sobre el origen de los fondos de Andorra y aún para reiterar la historia ya conocida. Pero lo peor estaba por llegar. El turno de respuesta del defraudador confeso fue un despropósito, un compendio de los males de toda una época. Saltándose el guion que a buen seguro le había preparado su defensa, emergió el Pujol de antaño. Soberbio, irascible, empeñado en dar lecciones de moral a los diputados que preguntaban lo que toda Catalunya quiere saber. Cabía la posibilidad de que Pujol perdiera los papeles y decididamente los perdió.

Mención aparte merecen las intervenciones de los portavoces de dos grupos parlamentarios: Alicia Sánchez-Camacho (PP), que parecía más interesada en pasar cuentas con el independentismo a costa de las fechorías de Pujol, olvidando la pesada carga que arrastra su partido; y Jordi Turull (CiU), que decidió convertirse en abogado defensor del compareciente. Su inexplicable papel hace prácticamente imposible ahora que ERC pueda reconsiderar su apoyo inicial a la creación de una comisión de investigación. CiU y Pujol se la ganaron ayer a pulso.