'Mar i cel' y ecuanimidad

La mayor o menor dificultad para ponerse en la piel del enemigo explica quizás el éxito en Catalunya del montaje de Dagoll Dagom

Vuelve Mar i cel, pero no pretendo publicitarlo sino trasladar al lector una reflexión sobre el contraste entre el éxito que obtuvo y obtiene en Catalunya, el relativo desinterés de Madrid y la indiferencia de los operadores y los promotores internacionales del gran musical. Con una sola excepción, en la ciudad alemana de Hesse, donde acogió unos 10.000 espectadores, muchos son los que, en varias ocasiones y atraídos por los centenares y centenares de miles de personas que lo aplaudían en Barcelona, se interesaron por el espectáculo, desde Londres, Nueva York y otras capitales de la escena occidental. El resultado es conocido: tras Dagoll Dagom nunca se ha decidido nadie a montar esta obra, que es un canto, en negativo, a la tolerancia.

De manera provisional, es casi forzoso concluir que una cosa son los valores defendidos en abstracto y otra el esfuerzo de comprensión que hace falta para salir de las propias conveniencias y convicciones y ponerse en la piel del enemigo. Guimerà ya lo imaginó de este modo al mostrar la injusticia de la limpieza de sangre -en este caso la expulsión de los moriscos-, la salvajada inhumana de la piratería, léase terrorismo de los perdedores, y la obstinación del amor, que sobrevuela a menudo el odio y es víctima trágica de este mismo odio.

En Mar i cel Mar i celsolo hay un personaje inocente, la protagonista, Blanca. Las razones y sinrazones de la violencia extrema que enfrenta dos concepciones culturales y religiosas se encuentran repartidas. Las culpas también. El espectador se estremece sobre todo cuando asiste, no tan solo a las consecuencias inexorables y fatales del enfrentamiento, no tan solo a la gran víctima de la lucha desesperada y a muerte que es el amor, sino sobre todo a la ecuanimidad con que son tratados los dos bandos. Quizás es esto, la mayor o menor dificultad para ponerse en la piel del enemigo, lo que explica la clave del éxito en Catalunya y la presunción del rechazo en otras latitudes. Quizás. Probablemente.