La clave

Los Pujol y los Franco

Afortunadamente, la democracia es más exigente con sus dirigentes que las dictaduras. Ahí está esa escena diaria de los Pujol entrando y saliendo de su casa, más asediados por los medios de comunicación que por los ciudadanos. Cada día se parecen más al matrimonio Ceaucescu, por la vergüenza y el resquemor que traslucen. Hasta Marta Ferrusola se quitó la última máscara y soltó el clásico «váyanse la mierda», impropio de la que fue durante tantos años presidenta del Salón de la Infancia. Y el contraste: la nieta de Franco en la portada del Hola posando frente al Pazo de Meirás, el Queralbs de Franco, expropiado y regalado a punta de pistola al dictador. Me siento orgulloso de que la política democrática le haya exigido a Pujol que renunciara a los privilegios que le quedaban como expresident. No acierto a encontrar la manera de contarle a mi hijo que el Pazo de Meirás siga en manos de los Franco. La paradoja es que ni en uno ni en otro caso los han juzgado. Pero unos ya tienen condena y otros jamás la tendrán. Injusticia por injusticia, sigo prefiriendo la primera.

La impunidad

En casos como los de PujolMilletBárcenas, el Bigotes, los ERE siempre nos preguntamos: ¿Cómo pudieron pensar que nunca les pillarían? ¿Estaban borrachos de poder hasta el punto de imaginar que simplemente quedarían impunes con la mutua amenaza? Me temo que no. Me temo que la respuesta está en el Pazo de Meirás. La amnesia de los crímenes de unos y de otros tuvo virtudes pero convirtió la impunidad en norma. Por eso Ferrusola se atreve a enviar a la mierda a las víctimas de su evasión fiscal. Por eso la nieta de Franco hace ostentación de los bienes usurpados que heredó. Y nadie la envía a la mierda.

Vivimos tiempos de gran desfachatez. Del partido de Bárcenas que pretende representar a la Gente legal. Del partido de Pujol que alardea de que sus opositores no le pillaran nunca. Del partido de Rosa Díez que aplica el viejo principio de que en casa del herrero, cuchillo de palo. Del partido de Rivera que se convierte a la mercadotecnia pura y dura. De la izquierda clásica que mira al suelo avergonzada. Y todos se creen impunes.