A mediados de agosto, de la mano de Manel Nadal Oller, un hombre del país que se ha dedicado a recorrerlo y a conocer sus rincones, y que sabe el nombre de los árboles y de los caminos, hice una deliciosa ruta románica cerca de Besalú, en una región donde se acumulan iglesias de los siglos XI al XIII poco visitadas, y recuperadas, en buena parte, gracias a la dedicación altruista de gente como Nadal y a la intervención del obispado y de las instituciones. Un país se fundamenta en detalles como este: el trabajo realizado en la iglesia del Santo Sepulcro de Palera, una intervención delicada que permite acceder a esta joya que impone por una cierta magnificencia a pesar de la severa austeridad. Será porque la planta es basilical y esta circunstancia le otorga una cierta autoridad, discreta pero contundente. En el claustro, ahora también se puede comer en un restaurante que presenta una oferta de mercado plausible. Después de comer, fuimos a Palera, a pocos minutos de la anterior, y, al atardecer, a Santa Magdalena de Maià. Para visitarla tienes que pedir la llave a una mujer que vive en la casa de al lado, en una explanada desde donde se pueden ver las islas Medes. La fachada es impresionante por la extrema humildad, con un torpe arco de medio punto adovelado y un cerrojo románico. Dentro, al fondo de la única nave, una virgen que sonríe. País, cultura. Como decía T. S. Eliot, cultura y religión son inseparables, «porque la segunda nació en el seno de la primera».
Dos miradas
Palera
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