Punta de cuchillo

Juzgar a los otros

Si el trabajo de cronista gastro es comprometido, el de juez es más incómodo que montar a pelo. Volví a sentir la sensación trotona y vacilante el jueves, cuando fui miembro del jurado de Raimat para elegir a las jóvenes promesas de la restauración, alumnos de escuelas públicas de hostelería, cocineros y sumilleres de ambos sexos. ¿La sorpresa? Que en la mayoría de las parejas, el tenor o la soprano eran los que manejaban los vinos, probablemente porque están destinados al careo público. Buenas labias.

Escuchamos a los jóvenes, probamos 15 platos, atendimos tintos y blancos y cavas. Puntuamos, conversamos con ellos, les dimos opiniones sinceras, aunque dolorosas. Son estudiantes y merecen la franqueza. Las sonrisas de sacarina ayudan poco.

En este oficio de contar, dedicamos tiempo a los aristochefs y descuidamos a los profesionales que trabajan en hospitales y escuelas y otros comedores multitudinarios, y en bares y restaurantes sencillos. El propósito es que reciban la mejor de las formaciones porque serán los que nos alimentarán a diario. Porque serán los responsables de que nuestros mediodías sean felices o desgraciados.