La derrota del Barça en la final de la Copa del Rey confirmó los pronósticos de los sectores del barcelonismo más pesimistas, que también en este caso, como reza el aforismo, son los realistas bien informados (y conocedores de la idiosincrasia del club y del estado anímico de los jugadores). Este equipo azulgrana, cuyos antecedentes remotos datan de la temporada 2008-2009, la primera de las cuatro de Pep Guardiola como técnico, ha deparado páginas extraordinarias a la historia no solo del Barça, sino del fútbol mundial. Los títulos y los elogios acumulados durante estos años han sido tantos que pudieron haber llevado al espejismo de que duraría indefinidamente lo que era una etapa excepcional. Larga y fecunda, pero no inacabable. En pocas actividades como el deporte de alta competición la lucha por el triunfo implica alternancia, y aunque nada duele más a la afición barcelonista que perder una final ante el Real Madrid, el partido de Valencia ha sido el signo definitivo e incontestable de que este Barça debe cambiar de forma profunda. Anoche fue un viejo león herido que se aferró a sus señas de identidad, pero con todas las carencias y debilidades que ha ido mostrando durante los últimos meses. A la espera de un muy improbable vuelco en la Liga que le devuelva las opciones que el propio equipo ha ido desperdiciando, el Barça debe pensar ya en el futuro tras una temporada volcánica. Tiene varios frentes abiertos, algunos muy ásperos, lo que requerirá más valor e inteligencia a la hora de las decisiones.
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Barça, la caída del viejo león herido
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